Escuché la historia que sigue, hace veinte años. La registré como un delirio. Hoy suena a delirante realidad:
Asaltaron su rancho de sembradíos de amapola y su madre salió a defenderse con la metralleta en la mano. Antes de salir, lo puso bajo la cama con su muñeco de peluche preferido.
La fuerza del discurso de Trump mezcla las notas de la caída y el abandono, el agravio y la ira, la necesidad de una revancha y de un triunfo, presentes todos en la sensibilidad de la sociedad estadounidense, herida por la crisis del 2008 y por la sombra del terrorismo.
Norm Ornstein fue el único politólogo estadunidense conocido que no se rió de las pretensiones electorales de Trump en 2016.
Desde mayo de 2015, a Orstein le pareció que Trump debía ser tomado en serio porque las condiciones del Partido Republicano eran propicias para un outsider populista.
Difícil imaginar una respuesta menos diplomática que la escogida por la presidenta Sheinbaum ante las amenazas de su inminente homólogo, Donald Trump.
Recobro de esta misma columna, en una edición de hace quince años, años (24/6/2011), unos aforismos sobre política que quizá no hayan perdido pertinencia, y que quizá nos recuerden algo de lo que vemos, con desnudez inigualable, cada día:
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Hay que estar un poco loco para querer gobernar a otros.
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Tres académicos de la universidad de Pennsylvania, Eric C. Orts, Evan C. Thompson y Jeffrey Green, se dieron a la tarea de leer a Donald Trump en clave del tirano descrito por Platón en La República.
Las buenas conversaciones suelen ser una sucesión de historias. Recojo siempre que puedo historias que escucho en conversaciones. Ofrezco dos de hace un siglo en La Habana.
I. Necesidad y revolución (oída en La Habana, el 9 de abril de 1999):
Algunas de las mistificaciones históricas de la Revolución mexicana tienen que ver no con los hechos sino con el poder que ha tenido entre nosotros el pensamiento oficial.
De la historia oficial de la Revolución Mexicana, cuyo aniversario 114 se cumple hoy, han salido algunos de los cuentos más perniciosos y más difíciles de erradicar de la conciencia pública de México.
En su discurso de toma de posesión, la presidenta Claudia Sheinbaum borró a los presidentes sonorenses de su lista de preferidos históricos.
Como quien borra a Trotski de la Revolución bolchevique, a Carlos Franqui de la Revolución cubana o a Agustín de Iturbide de la Independencia de México.