Esta es la última columna que publicaré este año en este espacio. Volveré el 8 de enero del siguiente.
El país cierra el año bañado en sangre, más violento e impune que en ningún momento que yo recuerde.
Empieza un año político corto.
Esta es la última columna que publicaré este año en este espacio. Volveré el 8 de enero del siguiente.
El país cierra el año bañado en sangre, más violento e impune que en ningún momento que yo recuerde.
Me hizo llegar José Woldenberg un pequeño gran libro que debería estar al alcance de todo estudiante universitario.
El domingo pasado, 17 de enero, sucedió algo histórico en el periodismo de habla española y ese algo fue que Mario Vargas Llosa anunció el fin de su columna quincenal “Piedra de Toque”, que publicaba en El País.
El 11 de diciembre pasado se cumplieron 105 años de la muerte de Aleksandr Solzhenitsyn, portador de un doble milagro: el de haber sobrevivido a las atrocidades del Gulag soviético y el de haberlo narrado.
Contrasta la mesura del tono, el lenguaje sobrio elegido para su Informe de la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, con el bla bla bla político que viene del poder contra esa institución.
La resistencia popular española desquició a Napoleón. Lo dijo él mejor que nadie en sus brevísimas memorias de 1820.
“Eché a perder esta empresa por saltarme algunos trámites. Mi modo de destituir a la antigua dinastía podía tener algo de ofensivo para los españoles; quienes, en efecto, picados del honor, no quisieron admitir la que le sustituía.
Hay la gran historia escrita, siempre un fresco diverso y complejo. Pero hay también el pequeño incidente, la proclama, el texto de época que sugiere todo sobre ella, como una gota de sangre en el laboratorio.
La resistencia popular obligó a Napoleón a ir a España para sellar en persona la imposición como monarca de su hermano José, todavía recordado como Pepe Botellas.
Al entrar a España, Napoleón emitió una breve proclama, extraordinario autorretrato de sus dos caras históricas.
Ahora que la película de Ridley Scott renueva la impausada moda de Napoleón Bonaparte, esa seducción que la figura del corso ejerce sobre generaciones sucesivas, y las porciones paralelas de admiración y rechazo que produce su historia, de pronto uno se pregunta si, así como se dice que los hombres nacen platónicos o aristotélicos, no nacen también napoleónicos o antinapoleónicos.