Leales: 21% (voto duro para AMLO).
Switchers 1: 21% (votantes muy pro-AMLO).
Antis: 23% (voto duro anti-AMLO).
“Fuera de México todo es Cuautitlán”, se decía inquinosamente hace algún tiempo para marcar la distancia que había entre el desarrollo y la calidad de vida de la Ciudad de México y los del resto de la República, eso que extrañamente se llamaba, y se sigue llamando, “El Interior”.
El Metro de la Ciudad de México vive en cámara lenta una erosión como de catástrofe anunciada.
Cuatro agravios dominan las franjas de electores que definirán quién gana en 2024, electores que no han decidido por quién votarán, los llamados switchers.
El mercado electoral de México tiene cuatro segmentos cuyo tamaños, en términos de votos posibles, referí ayer con estas cifras:
Leales: 21% (voto duro para AMLO).
Switchers 1: 21% (votantes muy pro-AMLO).
Antis: 23% (voto duro anti-AMLO).
Un punto central de Switchers S2. El segmento de la orfandad, el libro de Gabriel González-Molina que comento en estos días, es que “a poco tiempo de la elección de 2024, aún no hay nada para nadie... El mercado está polarizado, pero ninguno de los dos polos es lo suficientemente grande para ganar las elecciones”.
En su libro Switchers S2, del que hablé ayer, Gabriel González-Molina analiza tres errores de lectura sobre lo que pasará en 2024.
El primero es creer que Morena tiene ganada la elección porque la aprobación de AMLO se mantiene alta.
Le preguntaron a Borges unos periodistas italianos: “Dicen que usted es un genio”. Respondió: “No haga caso. Son calumnias”.
Sobre un colega al que no quería mucho: “Es muy tímido. No le faltan razones para serlo”.
Sobre otro colega: “¿Voy a perder su amistad? No voy a quedar más pobre”.
En Badiraguato, Sinaloa, cuna real y simbólica del narco mexicano, durante su quinta gira a ese lugar en su gobierno, el presidente López Obrador acabó de explicar por qué no fue a Acapulco cuando Acapulco más lo necesitaba.
Porque ir al Acapulco siniestrado por el huracán Otis, dijo, hubiera puesto en riesgo su investidura presidencial.
Sabíamos que el bastón de mando que le dio el Presidente a Claudia Sheinbaum no existía, o existía a medias, o tanto como quisiera el que lo daba, no la que lo recibía.
Lo que no pensó nadie, al menos yo, es que la prueba de que el bastón no existía iba a ser tan pública y tan inmisericorde como fue.