No, que nadie se equivoque.
La verdadera guerra a muerte, previa a la presidencial de 2018, no se dará en el Estado de México. Tampoco en la búsqueda de las candidaturas presidenciales en PRI, PAN y PRD.
El 23 de febrero de 2010, los dirigentes de PAN, PRD, PT y Convergencia ungieron a Gabino Cué como candidato de unidad en Oaxaca.
Dice la sabiduría política que, "en tiempos de paz, al enemigo se le cuida como a la niña de los ojos".
Para nadie es nuevo que, en democracia, la meta de partidos y políticos es vencer al adversario en las urnas, convencer al elector de que tal o cual propuesta es la mejor.
A los dos les aplicaron la misma dosis. El PRI perdió siete gobiernos estatales —la mayor derrota en su historia—, mientras el seleccionado mexicano de futbol perdió por siete tantos, goleada de historia.
En su segundo informe —el 1 de septiembre de 1978—, el entonces presidente, José López Portillo, acuñó una recordada sentencia.
Dijo: “Lo peor que le puede ocurrir a México es convertirse en un país de cínicos”. Han pasado 38 años y todo indica que, en efecto, somos una sociedad de cínicos. ¿Por qué?
Nadie parece dudar que detrás de las movilizaciones, el vandalismo y los crímenes de la CNTE aparezcan grupos identificados con extremistas que operan en Oaxaca, Guerrero y Chiapas.
Tampoco hay duda de que el corazón del conflicto no es la reforma educativa y tampoco la educación en esas entidades. No, el origen del problema es político y apunta a dos variables electorales.
Hace décadas era de cuño corriente la expresión despectiva: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, en alusión a que entrar a la burocracia era lo más parecido a cruzar las puertas del paraíso.
El pasado 15 de junio aquí dijimos que, luego de cortar cabezas de la CNTE, eran previsibles reacciones guerrilleras.