El 15 de julio pasado, una llamada anónima llevó a un grupo de madres del Colectivo Rastreadoras de Ciudad Obregón hasta una casa abandonada, situada en la colonia Nueva Palmira, en el estado de Sonora.
El extraordinario periodista Filomeno Mata definió como un tirano a todo aquel que, apoyado en “el látigo de los soldados”, creyera hallarse “sobre las leyes, sobre el derecho”.
Reconoció que sí, que es ella.
Que se reunió en un restaurante con un jefe criminal del estado de Guerrero.
Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador volvía a celebrar otra vez, una vez más, el triunfo electoral que lo llevó al poder en 2018, lejos del abarrotado Zócalo capitalino, México siguió pagando su cuota de sangre.
Mientras el presidente López Obrador celebraba en el Zócalo el quinto año de lo que ha llamado “el triunfo del pueblo”, en Taxco, Guerrero, la noche caía y cerraban en cascada tortillerías, pollerías, carnicerías, ferreterías.
El obispo Emérito Salvador Rangel afirmó hace más de un año que tanto la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, como la alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, sabían perfectamente quiénes eran los responsables de la violencia que impera en la capital del estado.
Sus superiores informaron que la agente del ministerio público Ana Sofía López Osuna, adscrita a la fiscalía regional de Tijuana, en Baja California, había salido a comer el jueves pasado, “y ya no regresó”.