En una semana López Obrador entregará la banda presidencial a su sucesora, Claudia Sheinbaum, habiendo dejado todo, como creyó hacerlo el dictador español Francisco Franco, “atado y bien atado”.
La Presidencia se la entregará a Sheinbaum luego de haberla dejado atada y bien atada con una dirigencia nacional de Morena cien por ciento obradorista.
Cuando alguien de los suyos, o a nombre suyo, quiso poner en la Secretaría General del partido a Emilio Ulloa, “para equilibrar”, le dieron un reglazo en los dedos y la designada fue Carolina Rangel, exintegrante de la Ayudantía personal de López Obrador.
En la presidencia de Morena está una porrista de López Obrador, en la Secretaría General una ayudante de López Obrador, y en la Secretaría de Organización un hijo de López Obrador.
Como coordinador de los senadores quedó el big brother de López Obrador, en la Cámara de Diputados no permitieron que Sheinbaum ubicara a Alfonso Ramírez Cuéllar y en su lugar quedó el impredecible Ricardo Monreal.
A Sheinbaum le impusieron medio gabinete, y en los gobiernos estatales quedaron firmes varios exponentes del obradorismo que se codea con el crimen organizado.
Durante la asamblea de Morena celebrada ayer, la presidenta electa pidió a su partido desterrar el nepotismo y la colusión con el crimen organizado.
En Guerrero, Evelyn Salgado, hija del exalcalde de Acapulco que entregó el puerto a los Beltrán Leyva, es la descripción exacta de lo que Sheinbaum llamó a rechazar.
Otro gobernador, Rubén Rocha Moya, que además de sus vínculos y deudas con el Cártel de Sinaloa, es prepotente e inepto.
En la Ciudad de México, a Claudia Sheinbaum le bajaron a su candidato, que ganó la encuesta de Morena, para entregársela a Clara Brugada, quien será la jefa de Gobierno gracias a la intervención de López Obrador y a pesar de Claudia Sheinbaum.
Sin apoyos propios en el equipo de gobierno, Claudia Sheinbaum hereda de López Obrador un pleito con Estados Unidos que ella no buscó y le va a entorpecer la renegociación del T-MEC.
Atada y humillada por su jefe político tomará posesión el próximo lunes.
Atado y bien atado está el régimen antidemocrático y dictatorial que deja López Obrador.
Esta semana, en la Cámara de Senadores, se consumarán los cambios a la Constitución para dar a las Fuerzas Armadas el control permanente de la seguridad pública con facultades para investigar delitos.
Soldados y marinos de la Guardia Nacional –que dependerá de la secretaría de la Defensa– podrán investigar los delitos que el Ejecutivo les encomiende.
Ellos tienen su propio fuero. El fuero militar.
Para los ciudadanos habrá prisión oficiosa por sospecha de delitos.
El derecho al amparo quedó mutilado.
Ya en la cárcel –por indicios, sospechas o consigna del gobierno–, nos van a juzgar los jueces que llegaron al cargo propuestos por Morena.
Los tribunales superiores también serán integrados con los magistrados y ministros que diga el partido oficial.
Si alguna vez el gobierno se equivoca y elige a un juez o ministro de la Corte que se niegue a cometer una arbitrariedad, lo castigarán o removerán por decisión del Tribunal de Disciplina Judicial.
Ese tribunal, por encima de todas las instancias, estará compuesto por un grupo de personas que llegarán al cargo por disposición del Supremo Poder, y diseñado para castigar o remover al juzgador que se salga de “la línea”.
Esta semana tendremos a los militares y marinos con el poder de encarcelar ciudadanos. Pueden usarlo o no. Es una de las herramientas del terror.
Por décadas, López Obrador –y demás líderes de lo que hoy es Morena– advirtió en discursos que se gestaba un “golpe de Estado blando en México”. Sí, el suyo.
Ya lo dio, en nombre de la libertad, de la democracia, de la justicia.
A muchos les disgusta el término “dictadura” y el de “tiranía” para caracterizar lo que se ha instaurado en México, porque no quieren ver la realidad o piensan que siendo dóciles no padecerán los efectos de un régimen despótico.
En esto último tal vez tengan razón, pero de ahora en adelante su libertad y sus derechos no dependerán de la protección de la ley, sino del humor, la simpatía o antipatía de la presidenta en turno y de los capitostes del partido oficial.
Cuando un poder captura a los otros dos poderes del Estado, se acaba la democracia y se acaba la legalidad para los ciudadanos y organizaciones.
Así son las dictaduras en nuestro tiempo.
No se llega a ellas por la sublevación de un grupo de golpistas o guerrilleros que toman por la fuerza un palacio presidencial y derrocan al gobierno, sino a través de la burla a la ley.
Con una mayoría ficticia regalada por consejeros del INE y la bendición legal de los magistrados del TRIFE –con la única excepción de Janine Otálora–, la coalición gobernante entregó los tres poderes al titular del Ejecutivo.
Y ahora, con una mayoría forzada con métodos de fascistas, darán a las Fuerzas Armadas funciones de policías y de ministerios públicos.
Tuvieron seis años para atacar el tumor maligno de la justicia: el ministerio público. No lo hicieron.
Seis años para dotar a México de una policía civil eficiente y bien equipada. No lo hicieron.
AMLO dejará cerrado el círculo de la tiranía.
De eso se trataba esta historia, no de mejorar la impartición de justicia ni de brindar seguridad pública.
Todo atado y bien atado.
Veremos hasta dónde soporta Sheinbaum la humillación, y en cuántos años más los ciudadanos empezarán a reclamar las libertades que muchos aún no se percatan que perdimos.