¿Por qué el maltrato?
Qué gran paradoja estamos viendo: Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial que obtuvo el mayor número de votos en la historia desde que hay elecciones libres y competidas, será la presidenta más débil que asuma el cargo. La razón es obvia. Andrés Manuel López Obrador no quiere irse. Dejará la Presidencia, pero está aferrado al poder, y en lugar de haber permitido lo que por gravedad política sucede, el desvanecimiento del suyo y el empoderamiento de la sucesora, la acota y domina en forma y fondo.
La metáfora y a la vez anécdota la vimos en el último Grito de Independencia, cuando tañó la campana de Dolores en 60 ocasiones y no quería terminar las arengas, y días antes, en una mañanera donde al final forcejeó con su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, que le decía que ya había terminado y sutilmente lo jalaba, sin que él quisiera dejar de hablar. La forma en él ha sido destino y el fondo un puente. Cumplirá el mandato sexenal que comprometió desde un principio y que no puede cambiar legalmente.
No le ha dado respiro a Sheinbaum, a quien hace mucho escogió como su sucesora, y la ha arrastrado por todo el país en su gira de despedida, en lugar de ser prudente con los tiempos de quien será presidenta, para permitirle trabajar en el arranque de su gobierno y articular la transición. La verdad es que no hay transición, por decisión de López Obrador, que tampoco parece concebir un nuevo gobierno, entendido como una administración que despierte ánimo y expectativas, porque la continuidad manifestada por ambos ha sido tan abrumadora que la presidenta electa ha sido reducida a administradora de su legado.
Forma y fondo. A principios de septiembre López Obrador dijo que ya había empezado la mudanza de sus libros, pero en lo general, en el departamento donde vive en Palacio Nacional y en las oficinas de la Presidencia, no se aprecian los preparativos para la llegada de la nueva inquilina. De hecho, adelantó que no se iría hasta cuando menos el último día de su gobierno, sin interesarse en las reglas no escritas donde el incumbente deja la sede oficial para que se aliste para quien va a llegar. El presidente que más se resistió a dejar la residencia oficial fue Vicente Fox, yéndose un mes y medio antes de que llegara Felipe Calderón.
López Obrador quiere seguir restregándole quién es él. En las giras a donde va obligada Sheinbaum, es testigo de primera fila para que vea cómo lo aplauden, cómo lo quieren, cómo le gritan que no se vaya, y él contesta que ella hará lo que él comenzó y la compromete a portarse bien, ya sean comunidades o militares.
Le impuso a más de la mitad del gabinete, lo que no sólo es un tema cuantitativo, sino cualitativo. La Secretaría de Gobernación quedará en manos de Rosa Icela Rodríguez, que está adquiriendo un poder creciente en estas semanas más allá del control de Sheinbaum. Se quedó en la Secretaría del Bienestar Adriana Montiel, que operó para López Obrador los programas sociales dentro de un diseño electoral que se construyó en Palacio Nacional con la participación directa de Andrés López Beltrán, el hijo del Presidente, que será el operador de la maquinaria electoral de Morena. En la Secretaría de la Función Pública, que se encarga de revisar los temas de corrupción dentro del gobierno, quedó una incondicional del Presidente, Raquel Buenrostro. En Educación Pública, otra secretaría política, le colocó contra sus deseos a Mario Delgado. Sheinbaum había acordado desde el año pasado una elevada cuota de repeticiones en el gabinete, pero no más de 50% y no más allá del gabinete legal. Ilusiones.
López Obrador dejó a Zoé Robledo al frente del Seguro Social y le impuso a otro enemigo político de Sheinbaum, Martí Batres, en el ISSSTE. Como le fue muy difícil mantener a Octavio Romero Oropeza al frente de Pemex –haberlo hecho era un suicidio político y financiero–, López Obrador lo dejó al frente del Infonavit, que es el único, como el sector salud, que tiene recursos por fuera de presupuesto para construir hospitales y vivienda, dejando abierta también la caja abierta para respaldar operaciones político-electorales.
El Presidente ha carecido de sentido mínimo de institucionalidad. Cuando el exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna hizo pública una carta donde dijo tener documentación que vinculaba al Presidente con el narcotráfico, se comunicó con Juan Ramón de la Fuente, que será el próximo secretario de Relaciones Exteriores, para preguntarle su opinión, ignorando a su canciller, Alicia Bárcena, y al embajador en Washington, Esteban Moctezuma. También ordenó al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, que no le dijera el destino del dinero que habían tenido los 350 fideicomisos que desapareció, ocultándole información.
Ramírez de la O refleja parte de la debilidad de Sheinbaum, al surgir versiones de que quería renunciar al cargo de Hacienda que aún no asume, cuyos motivos presumiblemente eran ver las exigencias de López Obrador de seguir regalando dinero cuando está en serios problemas para poder reducir el déficit fiscal del 6% –que podría provocar la cancelación definitiva de inversiones y la salida de fondos de inversión que conllevaría a la casi segura pérdida de grado de inversión– y perfila una crisis financiera de arranque de sexenio. Sheinbaum dijo que no se iría, pero la decisión no recae en ella, sino en López Obrador.
Es la primera vez que antes de iniciar un nuevo gobierno se filtre información de que uno de los futuros secretarios quiera renunciar, pero Ramírez de la O no fue el primero. Otro de los miembros del gabinete de Sheinbaum también le planteó la renuncia por los bloqueos que estaba recibiendo del gobierno obradorista, pero la próxima presidenta lo persuadió. Son muchas las primeras veces, los inéditos y los insólitos que se han vivido en esta transición, que no parece el relevo de un gobierno, sino de la gerencia de la empresa llamada México, dirigida ad infinitum por López Obrador.