Cada vez que hay un relevo presidencial se abren nuevas esperanzas y, en esta ocasión, aparentemente, es más significativo porque México cuenta, por primera vez, con una mujer Presidenta y de las mujeres se espera un toque de sensibilidad. Más allá de una toma de protesta llena de simbolismos y discursos grandilocuentes o sus 100 compromisos de gobierno, resulta semejante a todas las tomas de protestas anteriores.
Más nos vale tener un poco de esperanza, pero no fe ciega.
Los mexicanos al final de los sexenios quedamos desilusionados, esta historia se repite.
Aparentemente se va el líder más carismático, hacedor de la 4T, para muchos el mejor presidente, para otros los datos duros lo desdibujan. La tragedia de este país es que cada nuevo presidente llega con las mejores intenciones y propuesta y termina sin dar cuenta a nadie, así han sido los hechos, invariablemente, de la renovada esperanza terminamos con una esperanza maltrecha.
Dice Byung Chul Hand, en su nuevo ensayo “El Espíritu de la esperanza”, que vivimos en una era de desesperanza estructural. Donde la crisis climática, las desigualdades sociales, el entorno de violencia y la amenaza de una tercera guerra mundial, así como la creciente digitalización han erosionado la capacidad de imaginar un futuro mejor.
Tomando en cuenta esta referencia, el camino de seis años que tiene Claudia es incierto, pero su antecesor le ha dejado un terreno minado. La primera mujer presidenta tendrá que sacar su sexto sentido para mantener y despertar esperanza en el pueblo incauto e iluso. La cuesta esta tremenda y en el horizonte se vislumbra un abismo de carencias para la sociedad mexicana, para solventarlas se requiere mucho, mucho dinero.
La apuesta es de esperanza porque sin ella nos aguardan tiempos muy difíciles.