El siglo XXI entró cargado de avances tecnológicos que han impactado nuestra manera de ver, sentir, pensar, de relacionarnos e interpretar la vida y el mundo, pareciera, que estamos entrando
en una nueva época llena de maleza, que aún no tiene nombre, porque nos devora la incertidumbre y la complejidad. Su energía es la aceleración con la que el acontecer se desvanece en nuestras manos y nos arrastra a la paradoja de tener toda la información con solo un tecleo y, al mismo tiempo, ser más ignorantes o simplemente perdernos en una maraña de información.
Nuestro tiempo está dominado por la aceleración, el odio y la desesperanza. Pero antes debo precisar que, el tiempo nunca se detiene ni se retrasa ni se anticipa. Funciona a plenitud y con absoluta autonomía, a veces opera a nuestro favor y otras en nuestra contra.
La aceleración
Es la rapidez con la que la sociedad está cambiando y este fenómeno sociológico nos impide conocer y entender lo que está sucediendo. Comprender como el hombre y la sociedad se
están transformando. En política, en un santiamén o por una mala elección, por ejemplo, en el caso de nuestro país, se aprobó una reforma Constitucional que desaparece al Poder Judicial y hoy estamos sumidos en una crisis de constitucionalidad, que quienes están en el poder no entienden, porque todo la hacen apresuradamente o por consigna, es previsible que por su incompetencia y prisa tendrá efectos incuantificables para la sociedad mexicana.
El odio
El odio se ha instalado en los seres humanos y por ello las sociedades están más divididas e inseguras. Se vive con miedo porque crece la delincuencia y se achica el Estado. El odio nos ha vuelto más egoístas y menos solidarios. El odio está dando paso a pensamientos más radicales ya sea de derecha o de izquierda, para excluir a los otros e instalar el pensamiento único.
La desesperanza
Byung Chul Han lo señala con precisión indubitable, “vivimos en un optimismo vacío promovido por las grandes corporaciones tecnológicas, que venden la promesa de un mundo controlado por algoritmos y datos, mientras ignoramos las necesidades más profundas del ser humano: el sentido de comunidad y de trascendencia. Sin ideas, la vida se reduce a la supervivencia o a la inmanencia del consumo”. En éste nuevo mundo no hay lugar para la esperanza, esa es la tragedia de un mundo cada vez más enmarañado.