El marxismo de la Presidenta
Siempre es bienvenido el optimismo, por alentador, porque sin él la vida sería triste, aunque otra cosa es el autoengaño como el de quienes dan “el beneficio de la duda” a la presidenta Claudia Sheinbaum, o piensan que la realidad la hará corregir los errores.
Ella no se equivoca.
Puede hacer ajustes tácticos, pero la estrategia y el objetivo siguen siendo los mismos: aplastar a los “adversarios” y así lograr la toma total del poder.
Las reformas a la Constitución para hacer irreversibles e inimpugnables los cambios que se acaban de introducir, tal vez nos hagan entender que su verdad no puede ser discutida.
Y para que quede claro se pone en la Constitución: inimpugnables.
Ella es infalible.
Curioso que eso suceda en una persona con formación científica, porque la base para obtener conocimiento es la duda y la curiosidad por el error y por la verdad.
Sin embargo la Presidenta no duda, ya sabe cuál es la verdad y no admite revisar si está en lo correcto o no.
Su formación marxista la hace ver la historia como una constante lucha por el poder de forma binaria: ellos contra nosotros.
La reforma judicial es un mar de dudas acerca de si va a mejorar el sistema de impartición de justicia o lo va a empeorar, pero ese no es motivo de reflexión para la Presidenta ni para quienes le acompañan en el gobierno.
Y no es motivo de reflexión porque la finalidad no consiste en que haya mejores jueces, magistrados insobornables y ministros mejor preparados para dictaminar sobre la constitucionalidad de las leyes y de decisiones del poder público.
El objetivo es la toma del Poder Judicial.
Tal vez López Obrador inició la destrucción de la autonomía del Poder Judicial por venganza contra los jueces y ministros de la Corte que le dijeron no a algunos de sus caprichos. Tal vez.
Con la presidenta Sheinbaum la motivación de su proceder contra los integrantes del Poder Judicial no está en el ego, sino en su ideología.
Es ellos contra nosotros. Y la lucha sigue hasta el control absoluto del poder.
Si vemos el trato con el sector empresarial la regla es la misma. A los que dudan de ella, los ignora. Peor aún a los empresarios que promueven una idea del desarrollo contraria a la que ella tiene: los aplasta.
Y a quienes se subordinan les abre las puertas de Palacio Nacional por las horas que sean necesarias, como es el caso del ingeniero Carlos Slim.
Carlos Slim está del lado “de nosotros” en la lucha por el poder total, por lo que tiene carta blanca para hacer negocios con el gobierno y con quien se le pegue la gana.
No importa lo sucedido con la Línea 12 del Metro.
Resulta un privilegio y signo de distinción hacer negocios con Slim, un aliado consentido del régimen.
Pero, a ver, ¿quién se atreve a hacer negocios con otro empresario, llamado Claudio X. González?
En teoría Slim y Claudio X. tendrían los mismos derechos a obtener contratos con el gobierno y a hacer negocios con otros empresarios, nacionales y extranjeros.
La presidenta Sheinbaum dice que Claudio X. González es un empresario “tóxico” que “quiere comandar la Corte”.
Cualquier persona enterada sabe que eso no es verdad, y los no enterados (es decir, la mayoría) no tienen la menor idea de quién es ese señor, aparte de que es un despreciado por el gobierno.
La verdad es lo de menos. Uno (Slim) está del lado correcto de la historia como la concibe la Presidenta: comparte “nuestro” propósito del monopolio del poder político y entonces –sin demérito de sus capacidades como empresario– él puede hacer florecer aún más sus negocios y, por qué no, regresar al monopolio en las áreas de su especialidad.
González, en cambio, debe ser aplastado porque está contra el monopolio del poder que persiguen la Presidenta y su partido.
Y no porque Claudio X. sea un gran empresario (ni idea tengo a qué se dedica), sino porque es la personificación de “los otros”, los enemigos a los que ella les niega cualquier valor representativo.
Sin necesidad de hablar, lo agreden.
Lo mismo sucede con los industriales de Nuevo León que, de buena fe, invitaron a la Presidenta a inaugurar su convención. No fue. Ni siquiera les contestó.
Cuando los empresarios regios cierren filas en apoyo a Morena para monopolizar el poder, como lo hacen Slim, el dirigente del Consejo Coordinador Empresarial y la Concanaco, tal vez acuda a sus reuniones.
Para Claudia Sheinbaum no se vale estar en medio de la lucha de “nosotros contra ellos”. Es una manera de no existir.
La semana pasada cargó contra algunos integrantes del Instituto Nacional Electoral, porque a raíz de los amparos concedidos en el Poder Judicial, titubean en llevar adelante la organización de las elecciones de jueces y magistrados.
Cómo no van a dudar, si es ilegal violar un amparo.
Esos consejeros del INE “son del PRIAN”, dijo la Presidenta. También a ellos los van a quitar.
No dialoga con la oposición ni hay en ella la intención de escuchar, convencer o conciliar. Así es y así será, por su formación marxista para interpretar la historia.
A diferencia de López Obrador, que era un baúl de resentimientos, Claudia Sheinbaum tiene estructura ideológica.
¿Cuál? La que indica su biografía, de la que jamás se ha deslindado.
Capítulo uno, página uno, párrafo uno del Manifiesto Comunista: “La historia de toda sociedad, hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases”.
Ahora es obsoleta la lucha entre burguesía y proletariado, como –de acuerdo con Marx y Engels– lo fueron la lucha entre patricios y plebeyos en la antigua Roma, o señores feudales y siervos en la Edad Media.
Pero la interpretación marxista de la historia sigue siendo a partir de una lucha permanente por el monopolio del poder.
Es lo que hay.