Hay frases que pasan a la historia. Algunas por su heroísmo y otras por lo infame. En ambos casos son palabras trascendentes que con el paso del tiempo van ubicándose en su lugar para que se juzgue, en tiempo y forma, a quienes las pronunciaron. Algunas son de antología, como las que dijeron en días recientes los líderes de Morena en la Cámara de Diputados, que recibieron con acarreos y brazos abiertos al gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, acusado de estar relacionado con el Cártel de Sinaloa y señalado como un probable delincuente en investigaciones federales.
Ricardo Monreal, coordinador de la bancada del oficialismo en San Lázaro, lo describió como un “hombre humanista” y un “político excepcional” que es “padre de familia ejemplar”. Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Cámara de Diputados, agregó que estaba “haciendo un buen trabajo”, que le creían lo que les decía y confiaban en él. La inmoralidad de los morenos en San Lázaro no tiene límites.
El “hombre humanista” respaldó el encubrimiento y la alteración de pruebas del asesinato de un enemigo político, y uno de los hijos del “padre de familia ejemplar” presuntamente está vinculado con el narcotráfico. El “político excepcional” ha sido una figura ausente en la guerra que se vive en Culiacán desde hace casi dos meses como consecuencia de la fractura e implosión del Cártel de Sinaloa, que durante 45 días se centró en la capital y su periferia, y este fin de semana se extendió a Mazatlán.
En Culiacán, los criminales han impuesto un toque de queda virtual de 12 horas cada día, lo que tiene al centro de la capital, por la tarde y noche, como un pueblo fantasma, lastimando salvajemente la economía local. En Mazatlán lograron la vida en el puerto 24 horas al día, porque ante la violencia las autoridades municipales le pidieron a sus gobernados resguardarse y no salir a la calle porque, estaba implícito, no podían protegerlos.
Mazatlán es el segundo teatro de operaciones que se abre contra los hijos de Joaquín el Chapo Guzmán, que queriendo aprovechar la captura de Ismael el Mayo Zambada, jefe del Cártel de Sinaloa, quisieron quedarse con la organización. En esa plaza controlada desde hace años por los Guzmán López, enfrentaron la embestida de Los Cabrera, que forman parte del Cártel de Sinaloa leal a Zambada. Los Cabrera tienen grupos poderosos y son quienes, como parte de la organización de Zambada, están enfrentando al Cártel Jalisco Nueva Generación en Durango y Zacatecas.
El gobernador sólo se hace presente con declaraciones. Saliva le sobra, y ha agregado el tipo de agresividad retórica que exudaba su protector, el expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien para salir de sus crisis se fugaba hacia delante. En el caso de Rocha Moya, sin embargo, escapar del hoyo en el que se encuentra va a ser imposible.
En más de mes y medio, las noticias que provienen de Culiacán se dan como partes de guerra: muertos, heridos, enfrentamientos, ejecuciones, secuestros, afectaciones a la sociedad. El gobierno federal ha desplazado cientos de militares para contener, mediante la inhibición, pero no ha sido suficiente. Los soldados se han estado empezando a enfrentar a los criminales, pero para que dé resultados necesita que sea una estrategia sostenida y llevará tiempo. Lo que es inexistente es el gobierno del estado.
Sinaloa vive en anomia. No hay presencia institucional que inhiba a los criminales, y la falta de liderazgo político del gobernador Moya para acompañar lo que no tiene, la fuerza para enfrentar la violencia, ha terminado de borrar las normas. Rocha Moya ha dejado de ser funcional al estar señalado de proteger a Los Chapitos, imputación que niega, aunque informes de inteligencia que tiene el gobierno federal desde el año pasado lo vinculan no sólo con ellos, sino con Zambada, como lo confirmó el mismo jefe del Cártel de Sinaloa en agosto, cuando hizo pública una declaración sobre su captura.
La protección política que le dieron Monreal y Gutiérrez Luna al gobernador no se extiende a otros ámbitos. La vida de Rocha Moya corre peligro desde hace casi tres meses, cuando lo exhibió Zambada. López Obrador, que estaba al tanto de sus relaciones inconfesables y le era funcional, lo arropó y protegió. Embarcó en ello a la entonces presidenta electa, Claudia Sheinbaum, quien desde que inició su gobierno se ha ido desmarcando del gobernador. Sin embargo, no puede ir mucho más allá.
Desde distintos frentes en el país se ha pedido su destitución, para lo cual existe un procedimiento legal, que es el proceso de desafuero en el Congreso local. El Senado podría intervenir también mediante la separación de poderes, pero no sólo sería forzado a justificar que desaparecieron los poderes públicos –en la práctica no han desaparecido–, sino que su cómplice político, Adán Augusto López, coordinador de Morena en esa cámara, lo bloquearía. Pero lo más importante a considerar es que si Sheinbaum decidiera buscar una de esas alternativas, sería su salida del gobierno la mejor opción en este momento.
En el panorama estatal, no parece haber nadie que pueda sustituir a Rocha Moya, no por cuanto a capacidad, sino por la duda que pueda provocar la persona elegida sobre si tendría la fuerza para llenar el vacío político que se generaría. El gobernador es un zombi, para efectos prácticos, que puede ser funcional para que siga recibiendo todos los golpes y desgastándose sin importar su salvación, porque es un fusible quemado.
Sinaloa puede gobernarse temporalmente desde la Ciudad de México, con una mayor presencia del gabinete en el estado para ver temas de gobernabilidad y de la reactivación económica. Se requiere estabilizar el estado antes de pensar en el relevo de Rocha Moya. También necesitan los legisladores de Morena y aquellos dentro del régimen que lo abracen con efusividad, que lo que están haciendo es tender una burbuja de impunidad que cuando se rompa, porque sucederá, también se estrellarán sus palabras y acciones, que apostaron por un político que apesta y que en México o Estados Unidos podría terminar en la cárcel.