La generación de los Baby Boomers, nacidos entre 1945 y 1964, de la cual formo parte, nos ha tocado vivir la mejor época de la historia de la humanidad. Hemos sido testigos de las rápidas transformaciones que ha experimentado la sociedad global. La influencia que ha tenido esta generación en la cultura, la economía y la política, ha dejado huellas sensibles. Somos la eneración de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial.
Venimos de la unidad familiar, del amor por la patria, del espíritu de comunidad y del sentido de la vida. Disfrutamos la rebeldía de Elvis Presley, de los Beatles, de los Rolling Stones y exigimos amor y paz. Seguimos el mayo estudiantil del 68 francés y salimos a marchar en el movimiento del 68, para exigir al régimen autoritario respeto al derecho a la vida, seguridad, libertad de reunión y de expresión; libertad de protesta pacífica y legalidad. Sufrimos la guerra Fría, vimos caer el Muro de Berlín. Pasamos de las comunicaciones analógicas; de la tv de dos canales a la tv-HD de más de 26 canales; de teléfonos alámbrico a súper celulares digitales inteligentes, del internet a la inteligencia artificial, etc, etc…
Hoy en día, también estamos presenciando un cambio de época que están impactando nuestras vidas en tres grandes rubros: La decadencia, el crecimiento del odio, la ruptura de la esperanza y la ilusión. Temas que abordaré en el próximo artículo. Solo menciono algunos síntomas de la decadencia de la que podemos dar cuenta.
En la conversación cotidiana de nuestro país se encuentra el tema de la crisis de constitucionalidad que estamos enfrentando. La premura, la prisa, lo burdo del procedimiento, la improvisación y el desconocimiento de la norma Constitucional, la falta de técnica jurídica, el engaño, la mentira, la extorsión de la 4T, son un preludio de la decadencia que estamos presenciando. Las repercusiones y sus posibles efectos son impredecibles.
Lo que estamos observando es un síntoma de la decadencia política y de las instituciones.