Jamás lo dejaré. Jamás. Sé bien que es hombre malo. ¿Quién mejor que yo puede saberlo? Lo conozco más que su propia madre. Vivo con él; lo sufro cada día. Me trata mal; parece que mi presencia lo molesta. Y aun así permaneceré siempre a su lado. No sé por qué. Ahora mismo podría irme si me lo propusiera. Simplemente me saldría de la casa. No se daría cuenta de que me había ido, sino hasta el día siguiente, cuando se despertara de su borrachera. No le importaría mi ausencia, y de seguro ni siquiera se molestaría en buscarme. Ahora que lo pienso, más que sus malos tratos me ha dolido su indiferencia. Rara vez una mirada; nunca una palabra de bondad. Una caricia, menos. Y yo desde el principio he vivido por él y para él. Desde que por primera vez lo vi supe que mi destino estaba ligado al suyo. Porque yo creo en el destino. Creo que todos somos marionetas cuyos hilos mueve un titiritero que no podemos ver, que ni siquiera sabemos si realmente existe. Alguna vez oí aquello de que cada quién es el arquitecto de su propio destino. Eso es mentira. No somos libres; nos oprimen fuerzas desconocidas; nos arrastran vientos que llegan de rumbos ignorados. Para alguien que no sabe nada, como yo, esto es demasiado pensar, lo reconozco, pero es que en todo el día no hago nada más que pensar. Por eso también medito en su maldad, en la maldad. Me pregunto si todos los hombres son malos como él y no tienen el valor que él tiene, de mostrar a cielo abierto su perversidad. Él no la esconde. Parece que lleva a orgullo ser malo, así como otros están satisfechos de sus buenas obras. Dice que el mal es considerablemente más interesante que el bien. Muchas de las grandes novelas, afirma, tienen por tema un hecho malo: un crimen, un adulterio, alguna culpa grave. La historia humana, considera, se finca en la maldad original del hombre, no en su bondad. La Biblia misma narra en sus primeras páginas un asesinato. Opina que en el hombre hay más tendencia al mal que al bien. Por eso, añade riendo, en las representaciones de la Navidad todos los niños quieren ser el diablo, y las maestras y catequistas batallan para encontrar alguno que quiera ser el ángel. No sé si eso lo dice para justificar sus hechos malos, que son muchos. Todos tienen por origen su soberbia. Ningún hombre he conocido tan soberbio como él. Se da cuenta de sus defectos, y aun así cree estar por encima de los demás humanos. La soberbia es el peor de los pecados; la fuente de la que manan los otros. Y él es soberbio. Por eso se ha quedado solo. Sus parientes lo detestan; jamás vienen a verlo. Ya no tiene amigos. Si no fuera por mí viviría absolutamente solo. A veces siento la tentación de apartarme de su lado yo también. Pero algo me detiene. No sé si es compasión por él o lástima de mí. Porque yo también tengo miedo de la soledad. Un día estuve a punto de dejarlo; aquella vez que llegó borracho y me golpeó. Eso me dolió mucho; me causó una pena que con palabras no se puede describir. Me entristecí, porque quizá yo fui la causa de que se hubiera degradado hasta el punto de golpearme, a mí, que no lo merecía. Pero luego vi en su mirada que estaba avergonzado, que sin decirme nada me pedía perdón. Lo perdoné, claro. Le he perdonado todo, y todo le perdonaré. Aunque él no me dé nada yo le daré todo. No me importa que sea malo. No me importan sus ebriedades, su cólera, sus malos tratos, su indiferencia. Le seguiré dando mi amor sin condiciones ni reservas. Estaré en su vida hasta que se le acabe o se acabe la mía. Jamás me iré de su lado. Tendrá siempre mi total entrega, mi lealtad. Para eso soy su perro... FIN.