Y es que no solo se trata del brutal asesinato de un joven transexual dedicado a la prostitución, sino que la justicia fue omisa, ciega, sorda y pendeja mientras el crimen de odio no mereció primeras planas o titulares mediáticos. A nadie importó.
Tampoco apareció la siempre oportunista jauría de vividores de la tragedia y del rentable escándalo politizado; oportunismo que produce votos, fabrica causas electorales y una jugosa renta en imagen y dinero.
Y mucho menos se asomó al crimen de odio la exigencia elemental de justicia, de la cultísima sociedad que pulula en las legiones de idiotas de las redes. La legión desdeñó el crimen con un socarrón “¡lo mataron por puto!”
Y menos aparecieron las politizadas y siempre farsantes ONG, al tiempo que escondieron la cabeza las comisiones de derechos humanos. ¡Los mariachis callaron!
Paola tenía 23 años la noche del 30 de septiembre cuando, por 200 pesos, un ex militar y empleado de una empresa de seguridad solicitó sus servicios. Lo subió al automóvil Nissan March color gris, placas MXB-6583, en la esquina de Puente de Alvarado y Juan Aldama, en la colonia Guerrero.
El vehículo se detuvo metros adelante y, luego de unos minutos, se escucharon dos detonaciones. Paola recibió dos balazos calibre 9 milímetros, que perforaron el corazón y la cabeza.
Las detonaciones movilizaron a compañeros de Paola, quienes rápidamente detuvieron al presunto responsable —aún con la pistola en la mano—, un ex militar que fue presentado al Ministerio Público. En su primera declaración, Arturo Felipe Delgadillo Olvera reconoció que disparó a Paola “porque no me dijo que era hombre”.
Según el testimonio del agresor, “Paola no le dijo que era hombre y cuando se dio cuenta discutieron, el tipo dice que ella intentó quitarle el arma y, en el forcejeo, ella se disparó dos veces. ¡Es ridícula esa versión! Por la forma en que recibió los disparos “es obvio que no fue así!”, dicen testigos.
Sin embargo —y a pesar de la contundencia de las evidencias—, el presunto criminal fue liberado con el argumento de que no existían pruebas para acusarlo del asesinato de Paola. Nada importó a un juez idiota que habría dicho a los amigos de Paola que “ella se lo buscó”.
Paola llegó a la CdMx hace tres años, huyendo del rechazo de su familia, en Ciudad del Carmen. Para sepultarla, sexoservidoras de la zona donde trabajaba realizaron una coperacha. Ningún familiar reclamó el cuerpo. Sexoservidoras organizan marchas en protesta contra la inseguridad.
Sin embargo, a nadie importó un crimen impune, desdeñado por una sociedad a la que vale madre un asesinato de odio, como el de Paola. ¡Total —dijeron algunos—, “solo era un joto”!
Justicia ciega, sorda y pendeja.
Al tiempo.