Plaza de almas
18 Oct. 2016
Pienso que mister Joe supo morir bien, pues muy bien supo vivir. Nada de lo humano le fue ajeno. Y tampoco de lo inhumano: fue soldado en la Segunda Guerra. Gozó la vida como de un racimo de uvas que se exprime en la boca. Alguna vez nos habló de la cita erótica que tuvo con una mujer que conoció por azar y que luego, por azar también, perdió. Habían acordado verse en un cuarto de hotel. "Llegué con una hora de anticipación -contaba mister Joe-, y a fin de disponerme para el encuentro me puse a leer la Biblia". Alguien se sorprendió, y aun se escandalizó un poco, al escuchar aquello de prepararse para el sexo leyendo el libro sagrado. Explicó él: "Leí el Apocalipsis. Nada te incita tanto a disfrutar la vida como leer un libro en el que tanto se habla de la muerte". Dos cosas le gustaban a mister Joe: los libros y la naturaleza. Era muy viejo ya cuando, muy joven yo, lo visité en su rancho, unas 50 millas al noroeste de Brownsville, Texas. Tan viejo era que había conocido gente, también muy vieja, que trató a Thoreau y a Emerson. Pudo ver los últimos ejemplares de lobo negro mexicano, y en su niñez miró pasar por las planicies texanas los rebaños interminables de búfalos. Sabía hablar en lengua de comanches, y afirmaba haber avistado al último oso grizzly que hubo en Texas. Los jóvenes de su tiempo no lo comprendían. A ellos los deslumbraban Hemingway, Steinbeck, Miller, y él les decía que antes de que nacieran esos escritores había habido otros muy buenos que se llamaban Homero, Dante, Shakespeare, Dickens, Balzac, Tolstoi. En materia de religión tenía ideas heterodoxas. Cierto día un clérigo le preguntó, severo, cómo estaba su relación con Dios. Mister Joe, que en ese momento caminaba con él por un prado cubierto de hierba fresca y flores silvestres, le respondió: "Estoy en buenos términos con el Señor, reverendo. Mire: en este momento le voy pisando el rostro, y no me lo reprocha". Usaba metáforas inéditas y extravagantes símiles. Me dijo alguna vez: "Pensemos en una cadena formada por millones de eslabones. Los que están al principio o al final no saben de la existencia de los que están en medio. Pero todos están unidos, y todos son importantes. Si uno solo se rompe, la cadena ya no es una cadena. Del mismo modo la hormiga y la estrella parecen muy lejanas, pero ambas son eslabones de la misma cadena. Y nosotros también, aunque en el caso de los humanos parezca jactancia decir eso". Mister Joe era gran bebedor de whisky. Se tomaba la primera copa con el café de la mañana, y la última poco antes de apagar la luz para dormir. Fumaba en pipa, aunque sospecho que la usaba como pretexto para no tener que hablar. Nunca se casó, pero siempre lo alegró el trato con mujer. También sufrió por causa de ella. Si alguien le preguntaba por qué jamás se había casado respondía: "Para gozar con plenitud la rosa hay que aprender a disfrutar su belleza sin separarla del rosal". Nunca logré descifrar el sentido de esa frase: no supe si era un manifiesto estético, una expresión contraria al matrimonio o una frase de respeto a la libertad de la mujer. Mister Joe murió a los 103 años de su edad. Pocos días antes de su muerte escribió en una bolsa de papel de estraza lo que parece el principio de un poema que se proponía continuar. He aquí la imperfecta traducción que hice de esos dos versos, que algo tienen de Whitman, su poeta favorito: "Fui mi propia casa, mi propio palacio, mi propio templo. / Cuna, mañana seré ataúd. Ataúd, luego seré cuna otra vez". Esto, que parece un epitafio, en el caso de mister Joe es más bien una biografía. O quizá es todas las biografías. La tuya y la mía entre ellas... FIN.