AMLO y Trump, el daño está hecho
Lo malo del discurso de odio de Donald Trump y de López Obrador es que el daño ya está hecho.
Aunque pierdan, que sería lo deseable, el odio contra los mexicanos y los migrantes en particular ya tomó cuerpo en Estados Unidos.
Lo había, pero estaba desarticulado, era en ciertos círculos extremistas y disperso en algunas mentes simplistas, radicales o ignorantes.
Ahora tienen a Trump que ha logrado galvanizar en un proyecto político la convicción que culpa de los males de su país a lo que viene de fuera, aliado a un pequeño grupo de poderosos y maquiavélicos personajes que actúan contra los intereses de los estadounidenses.
López Obrador en México ha logrado encarnar el odio a los que piensan diferente a él, a “los de arriba”, a los que tienen dinero: son culpables de que otros no tengan.
Y también el recelo al exterior. Su postura contra el Tratado de Libre Comercio refleja el mismo espíritu de Trump: ver la apertura comercial como la causante de las desgracias económicas internas, más una clase empresarial y personajes maquiavélicos que actúan contra el interés nacional.
Pero lo más peligroso de ambos es su discurso de odio.
En México costará décadas revertir el odio que AMLO ha inoculado en maestros, normalistas, estudiantes y otros seguidores más que queman camiones de empresas trasnacionales, roban en las casetas de peaje (son de los saqueadores) y toman radiodifusoras privadas.
Su guerra es contra “los de arriba”. Pone a mexicanos como enemigos de mexicanos y agrede al que piensa diferente.
En Estados Unidos también va a ser difícil revertir el odio que ya articula la figura política de Donald Trump.
En la mañana del jueves López Obrador leyó los periódicos, observó redes sociales y se vio reflejado en el espejo de Trump. “No manchen”, exclamó.
No hubo autocrítica ni reflexión por esa postura coincidente entre quienes compararon las reacciones del magnate ante la inminencia de la derrota, con la iracundia suya después de cada elección que ha perdido.
Reaccionó igual que Trump. Culpó de ello a “los de arriba” que se ponen de acuerdo para fastidiarlo.
Y les puso nombre: Salinas, Calderón, Claudio X González.
Los que no tienen esos nombres pero están en desacuerdo con él, son “achichincles de los de arriba”.
Su narcisismo lo ciega, igual que a Trump, para entender que no hay complot en su contra, sino legítima discrepancia con su manera de pensar.
Sus seguidores en redes sociales tienen el mismo perfil: fanáticos e intolerantes. Descalifican a quienes piensan diferente con insultos, en lugar de aceptar la diversidad de ideas.
Trump, al ver que se le viene encima una derrota el ocho de noviembre, dice que no va a aceptar los resultados si pierde, porque los de arriba (FBI, grandes medios de comunicación, Buffet, etcétera) se pusieron de acuerdo para torcer la voluntad del pueblo estadounidense.
AMLO, por su parte, no ha aceptado jamás una derrota electoral en todas las elecciones que ha participado y perdido. Y siempre ha alegado fraude.
Sus seguidores más sutiles también han sacado las uñas ante la comparación de su líder con Donald Trump. Allá no es igual que acá, su sistema electoral es mejor, el de aquí es malo, dicen.
No señores, ningún sistema electoral, por bueno que sea, funciona sin demócratas. Y ni Trump ni AMLO lo son.
Lo malo es que el daño está hecho. Aunque si ganan va a ser peor.
Twitter: @PabloHiriart