En gran parte por los resultados obtenidos este año, donde el PAN ganó siete de las doce gubernaturas que se renovaron en el país, muchos ubican al panista Javier Bolaños Aguilar como el candidato a vencer para ocupar el cargo de gobernador de Morelos, hoy propiedad de Graco Ramírez.
Sin embargo, vale decir que comparado con los más recientes candidatos panistas, Bolaños Aguilar no tiene ni el carisma ni representa en lo más mínimo la frescura entre la clase política que en su momento fue Sergio Alberto Estrada Cajigal Ramírez. Tampoco tiene la verticalidad ni solidez académica y familiar que en su momento “vendió” Marco Antonio Adame Castillo, a quien su realidad alcanzó ya en la gubernatura. No, de Estrada y de Adame poco tiene Bolaños Aguilar. De quien sí tiene y mucho, es del fallido candidato panista a la gubernatura, Adrián Rivera Pérez: mucho de blof, aderezado con un refinado estilo de vida y un halo de corrupción dejado en cada cargo en que se ha desempeñado en las áreas burocráticas y legislativas.
Muchas explicaciones aún debe el hoy presidente de la Cámara de Diputados federales de su paso como titular de la Comisión Estatal del Agua y Medio Ambiente (CEAMA), ni que decir de cuando fue subsecretario de Gobierno en la última etapa del gobierno adamista, donde el hoy mandatario Graco Ramírez, lo bautizó como “El Señor de los Portafolios”. Ya ni que decir de su paso como diputado local en la anterior legislatura, donde además de ser coordinador del Grupo Parlamentario del PAN, fue presidente de la Junta Política y de Gobierno en el tercer año, heredando junto con los demás legisladores, especialmente Lucía Meza Guzmán, en ese momento presidenta de la Mesa Directiva, un déficit superior a los 24 millones de pesos, que hoy son parte de la crisis económica que enfrenta el Congreso local y padecen todos sus trabajadores. Es pues el que representa Javier Bolaños, al igual que el que en su momento encabezó Adrián Rivera Pérez, un proyecto que nace corrupto desde muy dentro y es más económico