laza de almas
01 Nov. 2016
Es un niño, pero ya ha dejado de ser niño. Es un joven, pero todavía no sabe que es un joven. Sufre todas las timideces del mundo, y otras más. Se dispone a cursar el bachillerato. Para eso debe inscribirse en el Ateneo Fuente, el ilustre colegio de su ciudad, Saltillo. Por sus aulas han pasado insignes personajes: Venustiano Carranza; Artemio de Valle Arizpe, Julio Torri, Carlos Pereyra, Vito y Miguel Alessio Robles y tantos otros que dejaron huella. Las clases empezaron en septiembre, y ya es enero. ¿Por qué no se inscribió desde el principio en el Ateneo? Porque los estudiantes del segundo curso reciben a los de nuevo ingreso con una novatada que consiste en tusarles el cabello. Y sucede que a este muchacho le gusta mucho el teatro, y va a participar en una obra que se representará en noviembre. Así rapado no puede subir al palco escénico, de modo que ese semestre asiste a la Escuela Preparatoria Nocturna para Trabajadores, donde no se hace tal tonsura. Pero ha pasado ya la representación. Va, pues, al Ateneo. Tiene entonces el dudoso honor de ser el único alumno pelón: todos los demás lucen ahora copiosos copetes y melenudas melenas. Una cosa no sabe el escolar: ha entrado en el paraíso. El majestuoso edificio del plantel, construido por don Nazario S. Ortiz Garza, gran gobernante, lo recibe una mañana fría de enero. En sus salones cursará materias con mucho espíritu, que seguirá cursando el resto de su vida: filosofía, historia, literatura, latín, griego... El Ateneo tiene raigambre liberal: en él aprenderá ese muchachillo el abecedario de la libertad. A lo largo de su vida no admitirá jamás que nadie le diga qué pensar o qué decir. A nadie permitirá, por encima de cualquier ruin hostigamiento o amenaza vil, que se apodere de su persona o de su oficio. Esa lección, la de ser libre, la aprendió en el Ateneo. Y otras enseñanzas recibió en la gloriosa institución. Supo de la verdad, la justicia, la belleza y el bien, valores que definen a lo humano. Ahí escribió sus primeros versos. Hizo ahí amigos para toda la vida. Con ellos se embriagó por primera vez, tanto de vino como de amor. Estaba secretamente enamorado -todos lo estábamos- de su joven y bella maestra de francés, y vencía su invencible cortedad de adolescente para pedirle que le dijera cómo se debe pronunciar la u francesa, con tal de verla alargar los incitantes labios como en beso. Poco duró la estancia en ese edén. De pronto el escolar tuvo que salir a otra vida -¡a cuántas otras vidas ha salido!-, y aquel sueño se fue para dejar el sitio a otros sueños. Nunca imaginó que al paso de los años profesaría cátedra en el Ateneo, y luego sería electo director del plantel que lo formó. Tampoco pudo saber que viviría para ver el principio de las celebraciones por el sesquicentenario de la venerable institución. Ese escolar agradece a don Blas José Flores Dávila, excelente rector de la Universidad, y al ingeniero Miguel Ángel Rodríguez, uno de los mejores directores que el Ateneo ha tenido, el honor de haberlo invitado a formar parte del comité organizador de los festejos por el aniversario, hoy que el colegio cumple 149 años de juvenil antigüedad. Tampoco puede ese escolar dejar de agradecer, como ateneísta, el apoyo que el gobernador Rubén Moreira dio a las obras de restauración del edificio del colegio, gracias a las cuales el recinto ha recobrado la prestancia y señorío que le dio su constructor. Ese escolar soy yo. Habrán observado mis cuatro lectores que escribí: "como ateneísta", y no: "como ex ateneísta". Y es que muchas veces lo he dicho: "No hay ex ateneístas. El que una vez estuvo en el Ateneo ya es ateneísta para siempre"... FIN.