Peligro mundial
"¿Se siente usted capaz de hacer feliz a mi hija?" Eso le preguntó don Poseidón, labriego acomodado, al mozalbete que le pedía la mano de la joven. "¡Uh, señor! -respondió con orgullo el boquirrubio-. ¡Si la viera usté! ¡Hasta grita!"... Capronio, hombre ruin y desconsiderado, acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le expuso su problema: "Cada vez que una mujer me pide que le haga el amor empiezo a sudar frío y se me erizan los cabellos en la nuca". "Extraño síndrome ése -ponderó el facultativo-. ¿A qué lo atribuye usted?" Contestó el tal Capronio: "A que esa mujer es mi esposa"... San Ivo es el santo patrono de los abogados. Él mismo tuvo esa profesión, con título de las universidades de Orléans y París. Su acrisolada honestidad dio origen a la traviesa frase medieval: "Advocatus et non latro, res miranda populo". "Es abogado y no es ladrón, cosa que asombra al pueblo". A San Ivo se encomiendan quienes están sujetos a proceso, pero el buen santo ayuda solamente a aquellos que tienen de su parte a la justicia. Protege también el celestial patrón contra los peligros derivados de la política civil. En estos días le encendí una veladora para pedirle que en la elección de presidente de Estados Unidos no gane ese mal hombre, ese hombre malo que se llama Trump. Mi oración no es pro domo mea, es decir en mi propio interés. Ciertamente prometí no pisar territorio norteamericano mientras ese sujeto sea candidato, y no volver a cruzar la frontera si los votantes lo llevan a la Casa Blanca. Pero más que preocuparme por mi relación personal con el país vecino, cuya importancia no dejo de reconocer, me inquieta el peligro que para México y el mundo -y también para Estados Unidos- representa Trump por su incultura, su falta de sensibilidad política, su racismo, su xenofobia, su carencia de humanidad, su arrogancia, su prepotencia y su pelambre anaranjada. Concédeme, San Ivo, que Hillary Clinton gane la elección. Si me haces el milagro te prometo que la próxima cerveza que beba en la Isla del Padre me la tomaré a tu salud. A'i te encargo, colega... Una feligresa le regaló al padre Arsilio el bendito escapulario de Santa Veneranda. Es bien sabido que a quien lo porta no se le puede acercar el demonio a menos de 50 metros de distancia, de modo que las tentaciones se las tiene que poner por email. Ciriolo, el sacristán del templo, había anhelado siempre llevar ese escapulario, pues todas las noches lo acometía el deseo de la carne, y como no tenía mujer debía recurrir a la solitaria práctica que la Iglesia describe como "Voluntaria seminis effussio absque concubitus", efusión voluntaria del semen sin haber cópula. Le pidió entonces al padre Arsilio que le obsequiara aquel santo escapulario. El buen sacerdote se disculpó: no podía regalar lo que a él le habían regalado. Ciriolo insistió en su petición. Una y otra vez la reiteraba; hacía caso omiso de la constante negativa del párroco. Lo traía acosado: le enviaba mensajes; le llamaba por teléfono a su casa; cuando el cura oficiaba misa le hacía señas alusivas. Fue tanto el tesón del rapavelas que por fin el padre Arsilio se dio por vencido y le entregó el escapulario. Días después la señorita Peripalda, piadosa catequista, fue a confesarse con el sacerdote. Le dijo: "Acúsome, padre, de que un hombre me está pidiendo que le haga ofrenda de mi virginidad. Por medio de la oración y las mortificaciones he podido hasta ahora resistir sus lúbricas instancias". Preguntó el confesor: "¿Quién es el hombre que te solicita?" Respondió la señorita Peripalda: "Es Ciriolo, el sacristán". "Hija mía -suspiró con tristeza el padre Arsilio-, olvídate de rezos y mortificaciones. Ya puedes darte por cogida"... FIN.