Plaza de almas
A mí las cosas sobrenaturales me parecen bastante naturales, en tanto que las cosas naturales me dejan boquiabierto por lo sobrenatural que miro en ellas. A ese buen señor -a ese Señor bueno- al que muchos llaman Dios lo veo como algo natural. En cambio un niño, una mujer o una flor son para mí seres sobrenaturales. Ya ustedes se habrán percatado de que traigo adentro más confusiones que las que hay afuera. Miren si no lo que me aconteció hace días. Las maestras y alumnos de la Escuela Primaria "Profesor Eliseo Loera Salazar" de mi ciudad, Saltillo, presentaron el 1o. de noviembre un bellísimo altar de muertos en recuerdo de mi inolvidable primo Rubén Aguirre, el Profesor Jirafales. Todos los niños y niñas se vistieron como los personajes de El Chavo del Ocho; cantaron y bailaron sus canciones y dieron voz a sus hilarantes diálogos. La maestra Gicela Rivera Rosas me pidió dirigir unas palabras a los chamaquitos en nombre de los familiares de Rubén que estábamos presentes. A decir verdad yo iba con temor de que me pidieran eso, porque es mil veces más difícil hablarles a los pequeños que a los grandes. Los niños son bastante más inteligentes que los adultos. No se les puede engañar; son implacables. Salí bien del paso, sin embargo, a juzgar por sus aplausos y sus risas. Al final uno me preguntó si yo era el papá del Profesor Jirafales. Lo dicho: son implacables. Quiero contar ahora algo que sucedió cuando estábamos frente al altar en memoria de Rubén. A lo largo de mi vida he visto muchos altares de muertos, y de seguro a lo largo de mi muerte veré más. Pocos tan hermosos como ése, hecho con tanto esmero y tanto amor. Visitantes y padres de familia recibimos una detallada explicación acerca del significado de cada uno de los numerosos objetos que se hallaban en las gradas o escalones del monumento: la cruz de cal; las flores de cempasúchil; el pan; las viandas y el licor preferidos por "el finadito"; las monedas para pagarle al perro que lo conduciría al reino de ultratumba; la sal; los símbolos contenidos en el papel picado con que el altar se adorna; las imágenes de vírgenes y santos; el árbol de la vida; los frutos emblemáticos: naranjas, cañas, tejocotes, calabazas; el incienso o copal; el vaso de agua... Había en el altar numerosas velas, unas de color negro, otras moradas. Y junto al retrato de Rubén, puesto en la parte superior del monumento, un cirio blanco. Velas y cirio estaban encendidos; sus leves llamas ponían un tenue resplandor en la sala donde nos encontrábamos. Al término de la explicación, la maestra que conducía el programa pidió que tributáramos un aplauso de afecto y admiración al Profesor Jirafales. Y entonces sucedió algo que quizá fue natural, pero que a mí me pareció muy sobrenatural. En el preciso instante en que se oyó el aplauso la llama del cirio que estaba al lado de la foto de Rubén se alargó, se agitó visiblemente y dio más luz. Todos vimos eso; no fue cosa de la imaginación. Alguien explicó lo sucedido diciendo que el aire que produjeron los aplausos avivó la llama del cirio. Pensé yo: entonces las otras velas deben haber estado sordas, pues no hubo en ellas ningún cambio, lo cual indica que no oyeron el aplauso. Ya lo sé: todos los fenómenos inexplicables se pueden explicar. Pero no dejo de pensar que Shakespeare tuvo razón cuando hizo decir a Hamlet aquellas palabras: "Hay más cosas en los cielos y la tierra que las que alcanzaron a soñar todas tus filosofías". La próxima vez que vea a mi querido primo Rubén le preguntaré por qué la llama de aquel cirio se elevó. Si no me lo dice él, por su modestia, me lo dirá el Profesor Jirafales... FIN.