¿Cómo es posible?
10 Nov. 2016
Me acerco ya a los 80 años. A esa edad puede uno darse el lujo de tener ocurrencias que a algunos les parecerán de loco y a otros de hombre sabio. Por ejemplo, juré que si Trump era elegido Presidente no volvería a pisar territorio norteamericano, por la forma grosera en que ofendió a los mexicanos y por sus amenazas contra México. Cumpliré mi promesa ahora que la pesadilla se ha vuelto realidad. Digo adiós a los sencillos goces que me hacían ir "al otro lado": mi jubilosa adquisición de libros en Barnes & Noble; mi compra de chácharas en el Dollar Tree; mi búsqueda de lindas antiguallas en el mercadito de los domingos en Port Isabel; mis desayunos en familia en Wendy's; mis solitarios paseos de madrugada por la playa de la Isla del Padre... No extrañaré demasiado esos placeres. En vez de Barnes & Noble tengo aquí a Gandhi y a mis queridas librerías de viejo. En lugar del Dollar Tree poseo la riqueza infinita de nuestros mercados de artesanías. Para suplir a la pulga de Port Isabel están las pequeñas tiendas de antigüedades a las que de vez en cuando voy. Sabrosos son los hot cakes del Wendy's, pero más ricos son los tacos de Los Pioneros en mi ciudad, Saltillo, o el menudo del entrañable Café Viena, o los chilaquiles del Güero de La Herradura. Tan bellas como los paseos por la playa en la Isla son mis caminatas por los pinares del Potrero de Ábrego. Así las cosas no resentiré mucho eso de no volver a cruzar ya nunca la frontera para ir al país vecino. ¿Les parece que exagero? A lo mejor. No tomaré a mal que me tilden de loco: en mi vida he hecho muchas cosas cuerdas de las cuales ahora me arrepiento, y he cometido locuras colosales que hoy me enorgullecen. No creo que por mi ausencia se colapsará la economía norteamericana. Lo que debe preocupar son los efectos que esta elección provocará en el mundo, y concretamente en México. Pero tampoco eso me inquieta demasiado. Uno fue el Trump candidato y otro muy distinto tendrá que ser el Trump Presidente. Recuerden mis cuatro lectores aquel lapidario dístico mexicano: "Aquí vive el Presidente, y el que manda vive enfrente". Pues bien: en la casa de Trump podría ponerse otro cartel que dijera: "Aquí vive el elegido, y el que manda está escondido". ¿Quién es el que allá manda, invisible? Es el poder de las grandes corporaciones industriales y financieras. Ellas son las que en verdad determinan el rumbo de la economía y la política de Estados Unidos. Ese oculto poder no permitirá que Trump incurra en los desmanes que en su campaña prometió. A él nos debemos encomendar, no a las potencias celestiales. Me azora, eso sí, ver que millones de norteamericanos piensan como Trump y son como él: comparten su pedestre nacionalismo, su xenofobia, su misoginia, su racismo, su falta de compasión humana. ¿Así actúan los ciudadanos de una nación que se supone está fincada en los ideales del bien, de la verdad, de la justicia? ¿Qué fue de conceptos fundamentales como los de cooperación internacional, respeto a las minorías, reconocimiento de la dignidad de la mujer, libertad de creencias, y otros del mismo valor? ¿Cómo es posible que ese individuo tan ignorante, tan inepto, de tan pobre calidad humana haya sido elegido para ocupar el puesto político de mayor importancia en el planeta? Con esta elección, que no dudo en calificar de trágica, la historia de Estados Unidos retrocede un siglo. Ese país mostró muchas veces ser el mejor del mundo. Quienes votaron por Trump lo hacen ver ahora como el peor... FIN.