Plaza de almas
15 Nov. 2016
Este señor se llama Luterito. Ése no es su nombre: su nombre es Eleuterio. Pero todo el mundo, o al menos una parte, le dice Luterito. Don Luterito es un ranchero muy ranchero. Esto quiere decir que vive en un rancho y que es muy corto. Dos o tres veces en el año la necesidad lo obliga a ir al pueblo -así dice él por decir la ciudad- y se las ve negras, pues no conoce los usos citadinos. ¿Recuerdas la vez que vino acá en los primeros días de diciembre? Los establecimientos comerciales tenían la costumbre de obsequiar a sus clientes a fin de año calendarios para el siguiente. Había almanaques de diferentes tipos. Los de las tiendas llevaban pinturas de Jesús Helguera, estampas de la Virgen de Guadalupe o el Sagrado Corazón. Los destinados a cantinas o talleres mecánicos mostraban mujeres encueradas. Sucedió que don Luterito fue a la botica por la medecina para su dolor de centura, según decía él. Ahí le dieron su calendario. Buscó luego una zapatería a fin de comprarse unos botines "cafeses". También ahí le entregaron su almanaque, aunque el dueño frunció el ceño cuando don Luterito dijo eso de "cafeses". Se encaminó después a la tienda de abarrotes Las Quince Letras a llevar el mandado que le había encargado "la vieja". Esa expresión usaban los maridos para aludir a su esposa. Recibió igualmente su calendario. Aquella noche el buen señor sintió un llamado que usualmente no sentía cuando estaba con su vieja. Con su esposa, quiero decir. Era el llamado de la carne. Le preguntó al administrador del hotel si por casualidad sabía de algún lugar donde pudiera él hacer obra de varón. El empleado no entendió lo que el señor quería, pero después de la explicación que con pena y todo le dio don Luterito le informó que en la esquina se ponía todas las noches una dama que podía ayudarle en ese trance. Ahí mismo en el hotel -a cambio de una propina el encargado se volvía comprensivo- el ranchero pagó aquel censo a la naturaleza. También le pagó a la mujer la buena voluntad con que lo había servido. Recibió ella el dinero. Tras una pausa de espera le preguntó don Luterito: "¿Y mi almanaque?"... A lo que iba es a recordar otro suceso de ese bonísimo señor. Pidió en el banco un préstamo de 5 mil pesos para una siembra que quería hacer. Le dijo el gerente: "¿Tiene usted alguna garantía?" Tenía su casa, respondió. Quiso saber el funcionario: "¿De qué está hecha?" "De adobe y mucho trabajo". "Si es de adobe no sirve como garantía -manifestó el banquero-. El adobe es un material deleznable". "¿Qué es eso?" -preguntó don Luterito. Replicó el funcionario: "Significa que algo es poco durable". Declaró el viejo: "En el rancho hay paredes de adobe de 200 años, pero a lo mejor han durado porque son adobes de rancho y no saben que son eso que dice usté". El del banco se atufó: "¿Puede ofrecer alguna otra garantía?" "Tengo un tractor, pero no sé si también sea deleznable". "¿Funciona bien?" "La mera verdá quién sabe, porque hace ocho años que el motor no arranca". Voy a abreviar el diálogo. El hombre le prestó a don Luterito los 5 mil pesos, con la garantía de su rancho. Antes del plazo convenido regresó el ranchero. Se sacó del bolsillo del pantalón un fajo de billetes, producto de la abundante cosecha que había levantado, y pagó el préstamo. Luego se embolsó la cantidad restante. Le preguntó el gerente: "¿Qué va a hacer con ese dinero, señor?" "Lo voy a alzar". "¿Por qué no lo invierte a plazo fijo en el banco?" "¿Qué es eso?" "Es como si nos prestara el dinero. Nosotros se lo devolveremos al término del plazo, y le pagaremos intereses". Preguntó don Luterito: "¿Tienen alguna garantía?"... FIN.