Héroe civil
17 Nov. 2016
"Mi virginidad es tu regalo". Así le dijo el joven Goreto, virtuoso doncel portaestandarte de la Cofradía de la Reverberación, a su novia Pirulina al empezar la noche de sus nupcias. Añadió emocionado: "Vencí todo impuro deseo de la carne y toda insana tentación, y me conservé íntegro hasta hoy para ofrendarte como precioso obsequio la impoluta gala de mi virginidad. Ése es mi regalo de bodas para ti". "Gracias, mi amor -contestó Pirulina-. Al regresar de la luna de miel yo te compraré una corbata"... Frente a la librería Inter folia fructus (Entre las hojas está el fruto) se había formado una larga fila de hombres y mujeres que ansiosamente esperaban su turno para comprar un libro de nueva aparición llamado Mil diferentes posiciones. El dueño de la librería, desconcertado, le comentó a su asistente: "Nunca había visto que interesara tanto un libro de ajedrez"... El árbitro de futbol llegó a su casa después del partido que había pitado y encontró a su mujer en claro fuera de lugar con un sujeto en quien el silbante reconoció a un futbolista retirado del juego, pero muy acercado a la señora. Sacó una tarjeta y le advirtió, severo, al conchabado: "Ahora es amarilla. La próxima será roja ¿eh?"... Doña Uglicia, mujer poco agraciada, le preguntó a su esposo: "¿Qué harías si supieras que yo te engañaba con otro hombre?" Replicó al punto el marido: "Le rompería el bastón al invidente y le daría una patada a su perro lazarillo"... Manida es la comparación, pero mutatis mutandis -cambiando lo que haya que cambiar-, Luis González de Alba sigue ganando batallas después de muerto, como el Cid. En vida enfrentó muchas veces a la vaquería sagrada de la intelectualidad, y ahora que no vive ya ve consagrado su tesonero pedimento de que la medalla Belisario Domínguez le fuese otorgada post mortem a Gonzalo Rivas, el héroe civil que pereció al apagar el fuego que en una gasolinera encendieron criminalmente los intocables dueños de la tragedia de Ayotzinapa. Aplaudo -con ambas manos, para mayor efecto- la decisión del Senado de entregar esa presea a quien a costa de su vida evitó muchas muertes, y espero que el premio redunde en consuelo y en bien para sus familiares... La mujer de don Atenodoro pasó a mejor vida, y el atribulado viudo fue a una marmolería a ordenar una lápida en su memoria. Le pidió al encargado: "Quiero que la lápida diga por los dos lados: 'Descansa en paz, esposa mía'. Cuando le entregaron la piedra funeral decía la inscripción: "Por los dos lados descansa en paz, esposa mía"... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, llegó a su casa luciendo un finísimo abrigo de piel. Le informó a su marido que lo había sacado a crédito en la tienda. "¡Pero, mujer! -clamó desesperado don Sinople-. ¿Cómo voy a hacer para pagarlo?" "Ay, mi amor -replicó doña Panoplia con voz dulce-. ¿Quién soy yo para darte asesoría financiera?"... Aquella casa de mala nota, mancebía, manflota o lupanar, tenía un rimbombante nombre: se llamaba La marquesa y el marqués. Un recién llegado al pueblo le preguntó al maniblaj del sitio (en jerga de ganforros el maniblaj es el criado de un burdel): "¿Por qué se llama así este lugar?" Respondió el interrogado: "Porque aquí trabajan un marqués y una marquesa. La marquesa te da el mejor sexo que imaginar se pueda". Inquirió el visitante: "¿Y el marqués?" Contestó el otro: "Te da lo mismo, pero al revés"... Baraelito, niño de 3 años, de familia protestante, y la pequeña Lupita, de padres católicos y 4 añitos de edad, se quitaron toda la ropa a fin de refrescarse en la alberquita del jardín. Vio la niña a su vecinito y exclamó llena de asombro: "¡Caramba! ¡No sabía yo que hubiera tantas diferencias entre católicos y protestantes!"... FIN.