Y es que, al más puro estilo del “ladrón de barrio”, el jefe del PAN pretende calmar el enojo de aquellos que acusan que se ha robado millones de spots del PAN para construir su candidatura presidencial desde la dirigencia del partido.
Dicho de otro modo, que el señor Ricardo Anaya ofrece —a Margarita Zavala y a Rafael Moreno Valle— repartir el botín de los millones de spots, de los cuales ya se ha beneficiado durante casi un año.
De suyo la respuesta ofende, no solo a otros aspirantes presidenciales, sino al partido mismo, a su historia, a su doctrina y, sobre todo, a su cultura democrática.
El problema principal es que Ricardo Anaya parece no entender en dónde está parado; no sabe que el Partido Acción Nacional es una organización cuya doctrina, mística, historia y formación no son compatibles con la “transa”, con el “agandalle”, con el “cochupo” y con las prácticas propias de los políticos vulgares de PRI, Morena, PRD y otras formaciones.
El problema del “agandalle” de Ricardo Anaya es que, a partir de una laguna legal, sigue los mismos pasos tramposos y “gandallas” de su álter ego: Andrés Manuel López Obrador.
Y es que, como saben, el señor López es “maestro” de la “transa” política, de la simulación, del “cochupo” y del “agandalle”.
El señor López se adueñó, en su momento, de la dirigencia del PRD, y desde 2000 hasta 2012 utilizó esa dirigencia y a ese partido para postularse como candidato presidencial en 2006 y 2012. Hoy, como dueño de Morena, es dueño de la candidatura presidencial.
Lo mismo hizo Roberto Madrazo, en su momento presidente del PRI, quien siguiendo los pasos de su paisano tabasqueño se apoderó de los spots, del dinero público destinado al PRI y, al final de cuentas, arrebató la candidatura presidencial.
Hoy, como saben, el queretano Anaya sigue los pasos de los tabasqueños López Obrador y Madrazo Pintado y, cual “ladrón de barrio”, se “agandalló” los spots del PAN, el dinero de las prerrogativas del PAN, los “moches” del PAN, las “obras” del PAN y, en suma, se quiere apoderar de la candidatura presidencial.
Pero resulta que el PAN no es Morena y menos el PRD. Tampoco es el PRI. No, el PAN es un partido que no tiene dueño; un partido vital, de liderazgos regionales, de cuadros nacionales; es la segunda fuerza en importancia del país y gobierna, por lo menos, un tercio de los estados del país.
El PAN está vivo, hasta hoy y a pesar de Ricardo Anaya. Sin embargo, Ricardo Anaya parece empeñado en destruir al PAN.
Y, dígalo si no, el hecho de que en dos momentos un puño de líderes y dirigentes azules le ha exigido a Ricardo Anaya “piso parejo”. Esos “18 abajofirmantes” exigen una definición del jefe nacional del PAN; o se compromete como dirigente y a favor de la unidad del partido, o se lanza como precandidato presidencial.
La disyuntiva es clara; Anaya no puede seguir siendo “juez y parte”, “delantero y árbitro”; no puede ser el presidente del partido azul y, al mismo tiempo, el impulsor de su candidatura presidencial con todos los recursos del partido.
¿Por qué razón?
Elemental, porque el PAN no es Morena, no es el PRD y no es el PRI. El PAN es la fuerza política que construyó la cultura democrática en México, cuyos místicos del partido rechazaban la lógica del “poder por el poder”; cuyos padres fundadores pensaron un partido no de un dueño ni de un presidente y tampoco imaginaron el tramposo manejo de un “jefe nacional” convertido en el principal promotor de su propia candidatura.
Por eso, ofende, indigna y “encabrona” a no pocos panistas, a muchos militantes y a buena parte de los simpatizantes la vulgar respuesta de Ricardo Anaya, a quien exigen que no se robe más los spots del PAN.
Por eso, Margarita Zavala y otros presidenciables del PAN insisten en que le problema no es lo que se roba Anaya; no son los spots, sino la transa y el engaño.
Y, también por eso, sorprende la respuesta de Anaya; respuesta del “ladrón de barrio” que, para callar a sus críticos, les propone “compartir el botín”.
Al tiempo.