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SOBREAVISO

¿El pasado por futuro?

Una política esquizofrénica no necesariamente tranquiliza a un político oligofrénico. Un giro en la política exterior sin pivote en la política interior puede terminar por trasroscar las dos. Una convocatoria a la unidad a partir de la división puede arrojar por resultado un país quebrado. Una política sin comunicación no implica que, quizá, se pretenda salvar al país en secreto...

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Si la precipitación marcó la postura oficial mexicana durante la campaña electoral estadounidense, la resignación no debe rubricar la actitud de la administración durante el periodo de transición en el país vecino.

Desde luego, ahora, se quiere hacer pasar el error de invitar al candidato Donald Trump como el acierto de haber iniciado anticipadamente el diálogo con quien resultó ser el presidente de Estados Unidos. Al grito de campaña de vamos a abrir el Tratado de Libre Comercio, se replicó estamos más que dispuestos a modernizarlo. A la ofensa de tildar de criminales a los indocumentados se le dio tribuna en la residencia oficial de Los Pinos. Al agravio de asegurar que se construiría un muro en la frontera a costa de México, se reaccionó diciendo que no estábamos dispuestos a pagarlo.

Es inaceptable que, ahora, cuando la amenaza de campaña adquiere tono de divisa de gobierno en Estados Unidos, la administración mexicana considere que hay que aguardar al 20 de enero, día de la toma de posesión de la Presidencia de aquel país, para ver si Donald Trump es Donald Trump. Visto el perfil de quienes se proyectan como sus alfiles en el gobierno y reiterada la amenaza como fórmula del diálogo con México, es ingenuo pensar que uno fue el candidato y otro será el Presidente, siendo que es uno y el mismo.

Más allá de los inevitables tropiezos que tendrá Trump si cumple o incumple promesas y amenazas, puede afirmarse que el presente concluyó el martes 8 de noviembre y el pasado arranca el viernes 20 de enero. Y tal absurdo no puede entenderse como una oportunidad nunca antes vista.

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La era Trump -ya puede denominarse así ese gobierno en ciernes- demanda un giro en la política exterior mexicana, pero darlo sin tener por pivote la política interior podría colapsar ambas en un momento delicado: la antesala de la sucesión presidencial.

La primera consideración a tener en cuenta es si el equipo de colaboradores del presidente Enrique Peña Nieto es el indicado para afrontar el desafío en puerta y si, aun siendo el indicado, la circunstancia no exige transformar el gabinete en un gobierno de coalición o unidad, sobre todo, si a esta última se está apelando.

Particularmente, en el campo de la política exterior e interior, así como en la social, es preciso asegurar que el perfil de los responsables corresponda al momento.

En materia de política exterior, se requiere de un titular con experiencia y sin tacha en su hoja de servicio tanto ante organismos multilaterales a los cuales se tendrá o se debería recurrir dada la amenaza de la deportación masiva, la retención de remesas y la construcción del muro, como frente a aquellos países que podrían ser aliados. La política migratoria anunciada por Trump golpea a México, pero sin duda impacta a otros países. Pensar que la relación con Estados Unidos debe afrontarse exclusivamente desde la perspectiva bilateral sería un error.

En materia de política interior y, sobre todo, pretendiendo construir una política de unidad nacional, es preciso contar con un operador ajeno al juego sucesorio y con oficio para replantear la relación del Ejecutivo con los otros poderes de la Unión, así como los partidos políticos. Hay cuadros con ese perfil y sin la aspiración de postularse a la Presidencia de la República.

En el ámbito de la política social, donde se sentirá el impacto de la deportación y la reducción de las remesas, se requiere no un operador electoral dedicado a repartir despensas y tarjetas con el ánimo de condenar el voto, sino un político capaz de construir una política de amortiguamiento social.

No se puede instrumentar una política exterior sin anclaje en la interior y si, además, se convoca a la unidad, la administración no puede permanecer como el coto exclusivo de un partido. Aunado a esto y, en abono de la unidad y la credibilidad en el liderazgo, se tiene que considerar qué proyectos políticos hay que replantear o aun cancelar. Ahí está el caso de la Fiscalía contra la Corrupción.

Sin ese replanteamiento, es una ilusión pensar en la unidad y la ampliación del margen de maniobra de la administración.

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Pensar que la estrategia mexicana ante la Presidencia de Donald Trump se reduce a la relación bilateral con Estados Unidos, sería perder de vista dos cuestiones: el plano multilateral y el tejido de alianzas con otras entidades (oficiales y no gubernamentales, públicas y privadas) también afectadas por la política comercial, migratoria y diplomática abanderadas por el personaje con el zacate en la cabeza.

Coordinar la operación diplomática, financiera, económica y comercial ante el próximo gobierno estadounidense exige una estrategia, sí, bilateral pero también multilateral o, si se quiere, que contemple el plano nacional, regional e internacional. A partir de esa poliédrica estrategia y operación es menester fijar cuanto antes qué sí se puede y qué no renegociar. Establecer los parámetros aceptables e inaceptables de la agenda política estadounidense y, entonces, sólo entonces, hablar de problemas y oportunidades... en vez de resignarse a ver qué pasa.

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En todo esto, es preciso restablecer la comunicación de la administración con el país. Y esto no supone nuevos spots, una línea 01-800, una conferencia sin preguntas, ni apelar sin sustantivar la buena vibra.

 
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Ámbito: 
Nacional