Plaza de almas
"La verdad, mi amor, no me gusta esta comida comprada. Toda me sabe a engrudo o a cartón. Comida buena la que me hacías tú cuando cocinabas. No olvido aquellos chiles en nogada, y tu pozole, y tu pescado a la veracruzana, y tu pavo, tu bacalao y tus romeritos de la Navidad. Hasta los frijoles y el arroz hechos por ti me sabían a gloria. Decías que todo me gustaba porque me lo comía con salsa de hambre, y era cierto: llegaba hambreado de la fábrica, y si me hubieras dado piedras me las habría comido. Pero tenías una especie de magia. Todo te salía bien, lo mismo la comida que los vestidos que les hacías a las hijas en la máquina de coser, porque entonces no teníamos dinero para comprárselos en tienda. Qué días aquellos, ¿te acuerdas? Los primeros de nuestra vida de casados. Yo ganaba poco, y aunque querías volver a tu trabajo de soltera no te lo permití, porque en esa época no era bien visto que la esposa saliera de su casa a trabajar. El hombre -para eso era hombre- debía mantener a su mujer, y ella debía dedicarse en cuerpo y alma a su marido y a sus hijos. (Decía el compadre Chuy: 'En cuerpo a su marido, y en alma a sus hijos'). Cuando a una señora casada le preguntaban: '¿A qué se dedica?', la respuesta era siempre la misma: 'Al hogar'. ¿Existirá todavía esa palabra, 'hogar'? ¿Habrá alguien que hoy la diga? ¡Cómo ha cambiado todo! No sé si para bien o para mal. Mira a las hijas. Dicen que están viviendo la liberación de la mujer, pero deben trabajar ocho horas para ganar dinero, y luego llegan a su casa y tienen que hacer lo mismo que hacías tú. Supuestamente están liberadas, y trabajan el doble. Mí no comprende, como dijo el gringo. Pienso -dime si estoy equivocado- que a final de cuentas tú estabas más liberada que ellas. Hacías el quehacer, y te quedaba tiempo para oír tu novela en el radio o para ir a tomarte un cafecito con la vecina y echarse el chal con los chismes del barrio: que doña Fulana esto; que don Fulano aquello; que Fulanita lo de más allá. Por las tardes podías ir a ver a tu mamá, o visitar a una amiga. Incluso cuando las hijas crecieron podías hacer eso, porque ellas iban a la escuela a mañana y tarde, no como nuestros nietos, que salen del colegio y están toda la tarde solos en el departamento, viendo la tele o jugando unos juegos que no entiendo en esos aparatejos que me parecen invención del diablo. Y no me digas lo que me dices siempre, que soy un viejo chocho que vive en el pasado y no entiende que las cosas tienen que cambiar. Claro que lo entiendo. Hay muchas cosas, muchas, que son mejores ahora que antes. La medicina, por ejemplo. En estos tiempos no se nos habría muerto el niño. Ya ni siquiera se oye hablar de la tos ferina. ¿Que no me acuerde de eso? Perdóname, lo mencioné nada más para que veas que no creo que todo tiempo pasado fue mejor. Pero no sé... No sé... Ve las películas de ahora. ¿A poco son mejores que las de antes? Y las canciones, y los programas de la tele. Las costumbres, sobre todo. El otro día un taxista me contó que a su carro suben muchachitas adolescentes que salen de su casa vestidas con decencia, y ahí mismo, en el taxi, se cambian para ponerse vestidos provocativos. Me dijo: 'Salen de su casa vestidas de monjitas, señor, y llegan al antro vestidas de putitas'. Así me dijo aquel taxista, ¿crees? Y luego eso de 'el antro'. Qué fea palabra. Y los muchachos y las muchachas de hoy la usan con toda naturalidad. No sé qué mundo les espera a nuestros nietos"... En eso llegan las hijas del señor y lo ven ir y venir por el jardín. Le dice una a su hermana: "Papá me preocupa, ¿sabes? Desde que mamá murió le ha dado por hablar solo"... FIN.