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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Tímida esperanza

 

Donald Trump empieza a patrasearse, a recular, a incumplir algunas de sus promesas de campaña. La primera amenaza que retira es la de encarcelar a Hillary Clinton. "Eso -declaró- dividiría profundamente a la nación". En esto veo una tímida lucecita de esperanza: quizá el magnate moderará como Presidente las desmesuras en que incurrió como candidato. Forzosamente, sin embargo, tendrá que plasmar en hechos algunos de sus temas de campaña. En ese caso el hilo se romperá por lo más delgado. Y el hilo más delgado es México... Daré salida ahora a un malhadado cuentecillo cuya desmesura es al mismo tiempo en tamaño y en majadería. Hago tal advertencia a fin de que quienes tengan escrúpulos de moralina hagan omiso caso de esa vitanda relación... Naufragó un barco. Tres bellas mujeres y un marino fueron a dar a una isla desierta. Sucedió lo que tenía que suceder: el idílico ambiente de aquel remoto paraíso se conjuró con las naturales apetencias de la carne, y bien pronto el joven marinero hubo de repartir su varonía en partes alícuotas o pariguales entre las tres hermosas féminas. Extraño caso de poligamia era ése, pero explicable. ¿Son el hombre y la mujer criaturas monógamas por naturaleza? Dúdolo. Si natura hubiese querido hacernos monógamos nos habría puesto a cada hombre una especie de llave, distinta en cada quien, y a la mujer una cerradura que sólo hubiese podido admitir la llave a ella destinada. Pero sucede que todos los hombres tenemos llave maestra, y las mujeres cerradura universal, de modo tal que todas las llaves funcionan en todas las cerraduras, y todas las cerraduras pueden admitir todas las llaves. No es la naturaleza, no, la que nos llevó a instaurar la monogamia como norma al mismo tiempo prescrita por los mandamientos religiosos y por la normatividad civil: fue, en un principio, la conveniencia del grupo, pues son más fecundos los grupos monógamos que los polígamos, y cada comunidad humana debía ser más numerosa que las otras para poder hacerles frente con ventaja. De ahí surgieron tabúes -"No fornicarás"; "No desearás la mujer de tu prójimo"; "No cometerás adulterio"- que aparentemente son de orden moral, pero que en verdad pertenecen al instinto biológico de la conservación. ¿Me he apartado de mi relato? Creo que sí: empecé con la historia de unos náufragos y heme aquí enredado en una digresión antropológica que nada, o muy poco, aportará a la civilización occidental. El caso es que el marino llegó a un acuerdo con las tres jóvenes mujeres, cuya sensualidad y celo se acentuaron en la libertad de aquella edénica ínsula sin decálogos ni códigos. El arreglo consistió en que lunes y miércoles le tocaría a una; martes y viernes a otra; jueves y sábados a la tercera. El domingo descansaría el marino, y podría vagar a su antojo por la isla sin tener que cubrir demanda alguna. Al principio todo iba muy bien, y el joven nauta estaba encantado en su papel de sultán de aquel mínimo harén. Pero bien pronto la frecuencia de las continuas refocilaciones empezó a cobrar su cuota: andaba ya el pobrete demacrado; se le veía exangüe. ¡Ah, sólo quien beba las miríficas aguas de Saltillo podrá hacer frente a tales compromisos sin mengua de su vitalidad! Un día los cuatro habitantes de la isla vieron zozobrar a lo lejos otro barco. Nadando llegó uno de los pasajeros, único sobreviviente. El marino se alegró: con él podría compartir la amorosa labor que lo tenía exánime. Al pisar tierra, el náufrago caminó hacia ellos con sinuosos movimientos y les dijo con atiplada voz: "¡Ay, qué bueno que encuentro gente aquí!" El marino alzó los ojos al cielo y suspiró: "¡Adiós domingos!"... FIN.

 
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Ámbito: 
Nacional
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