Doña Prolicia era madre de 15 hijos. Acudió a la consulta de su ginecólogo, el doctor Wetnose, y le pidió encarecidamente que le diera algo para ya no tener más. "Señora -la reprendió el facultativo-, desde que dio a luz a su décimo hijo me ha pedido lo mismo. He puesto en práctica con usted todos los métodos anticonceptivos habidos y por haber, y ninguno ha dado resultado: cada año, sin faltar ninguno, trae usted un nuevo ser al mundo. Me ha hecho fracasar. La única recomendación que puedo hacerle es que cambie de médico". "¡Ni pensarlo, doctor! -replicó vivamente la mujer-. Sólo ante usted he descubierto mis intimidades, y eso porque sé que es secretario de actas y acuerdos del Colegio de Ginecología, y yo ocupo el mismo cargo en la Cofradía de la Reverberación, lo cual en cierta forma nos identifica; de ahí la confianza que le tengo. Por favor hágame otra luchita. ¿Se imagina usted lo que batallaría yo con 16 hijos?" Contestó el médico: "La verdad no advierto mucha diferencia entre tener 15 hijos y tener 16, pero, en fin, por cumplir el juramento hipocrático que hice al recibir el título de Médico Cirujano y Partero voy a usar con usted un último recurso que no dudo en calificar de heroico. Es un sistema de anticoncepción que yo mismo inventé y que sólo pongo en práctica en casos como el de usted, desesperados. Pienso que surtirá efecto. Pero una cosa debe prometerme: seguirá al pie de la letra mis indicaciones". "¡Se lo prometo, doctorcito! -clamó doña Prolicia-. Haré cualquier cosa con tal de no traer un mexicano más al mundo, y menos ahora, con Trump de Presidente". "Muy bien -accedió el doctor Wetnose-. Ponga mucha atención. Ahora que salga de mi consultorio vaya directamente a una tlapalería". "¿A una tlapalería? -se sorprendió ella-. ¿No querrá usted decir a una farmacia?" "No, señora -repitió el galeno-. Oyó usted bien: a una tlapalería. Compre ahí una tina o cubeta grande, digamos de 10 litros. Y haga lo siguiente: hoy en la noche, al ir a la cama, lleve la cubeta con usted y meta en ella los pies. Ponga los dos pies dentro de la cubeta y manténgalos ahí toda la noche. Dígale lo que le diga su marido, no saque usted los pies de la cubeta. Haga lo mismo todas las noches. Le aseguro que con eso ya no tendrá más hijos". A doña Prolicia no dejó de parecerle raro aquel remedio, pero sabía que la ciencia médica está en constante cambio, y que sus recursos son multiformes y variados. Supuso entonces que el remedio prescrito por el doctor Wetnose pertenecía a la corriente llamada "medicina alternativa", y salió del consultorio del reputado médico jurándole y perjurándole que seguiría a pie juntillas sus indicaciones. Pasaron unos meses, y cierto día el doctor Wetnose se topó en la calle con doña Prolicia. La mujer, a más de una sonrisa de felicidad, mostraba las evidentes señas de su decimosexto embarazo. "¡Pero señora! -profirió desolado el ginecólogo-. ¿Otra vez?" "Sí, doctor -se apenó doña Prolicia-. Otra vez". "Pues ¿qué pasó? -quiso saber el médico-. ¿No siguió usted mis indicaciones?" "Las seguí puntualmente -aseguró la mujer-. Hice todo lo que usted me dijo". "No es posible -replicó el facultativo-. ¿Fue a la tlapalería? ¿Compró la tina y metió en ella los pies todas las noches?" "Así lo hice -volvió a asegurar doña Prolicia-. Nada más que, fíjese, doctor: en la tlapalería no tenían tinas de 10 litros, de modo que compré dos de 5 litros cada una"... FIN.