Oportunista
Afrodisio Pitongo, hombre concupiscente, le pidió a Dulciflor, muchacha ingenua, que le hiciera dación de sus más íntimas reconditeces. Ella protestó, ofendida: "¡Soy una dama!" "Precisamente -razonó Pitongo-. No se las iba a pedir a un caballero"... El padre Arsilio le dijo al curita joven: "Hijo: no me opongo a la modernidad. Te permití traer a esa banda que canta los himnos a ritmo de rock y con guitarra eléctrica. No me opuse a que designaras ministras de la eucaristía a esas guapas chicas que dan la comunión en minifalda, según tú para aumentar el número de comulgantes. Lo que ya se pasó de la raya es que le hayas cambiado el nombre a la parroquia, y en vez de Iglesia de Jesús, como se ha llamado siempre, le hayas puesto ese cartel que dice: 'Chucho's Place'"... Un muchacho le comentó a su amigo: "Mi novia y yo discutimos sobre todas las cosas. Discutimos sobre religión, sobre deportes, sobre cine... Sólo hay una cosa sobre la cual no discutimos". "¿Cuál es?" -preguntó el amigo. Respondió el otro: "El colchón"... El doctor Ken Hosanna le dijo al ansioso señor de edad madura: "Lo siento mucho, don Blandicio. La pomada, como se indica en las especificaciones, sólo sirve para levantar el busto femenino"... Monterrey y Saltillo no son ciudades hermanas, pero primas sí. A su cercanía física se añade el común origen histórico: Monterrey fue fundada por gente de Saltillo. Hay un continuo ir y venir entre las dos ciudades. Numerosos saltillenses van a trabajar cada día en Monterrey, y no pocos regiomontanos laboran en las plantas industriales de Saltillo y Ramos Arizpe. Otro trasiego cotidiano existe: los señores que en Monterrey andan de picos pardos llevan a sus amiguitas a Saltillo, en tanto que los saltillenses que andan en plan húmedo llevan a las suyas a la capital regia. Ese continuo intercambio habla muy bien del empuje tanto de los regiomontanos como de mis paisanos saltilleros. Ahora los coahuilenses nos estamos preparando para recibir otra gran migración nuevoleonesa. Sucede que el gobernador Rubén Moreira anunció que en Coahuila ya no se cobrará el impuesto por tenencia y uso de automóviles. En Monterrey, en cambio, una multitud enardecida y fiera tomó por asalto las oficinas del gobernador Jaime Rodríguez, apodado El Bronco, y los abroncados manifestantes lo tacharon de traidor y falso por no cumplir la promesa que hizo en su campaña, de quitar la tenencia. No es que pretenda yo defender al señor Bronco, pero quienes se lanzan contra él no toman en cuenta que Nuevo León está endeudado hasta el cogote, y su gobernador no puede perder los ingresos que el cobro de la tenencia representa, en tanto que Coahuila, según es bien sabido, tiene cero deuda, lo cual le permite al gobernador Moreira darse el lujo de renunciar a tal entrada. Desde luego algunos mal pensados osarán decir que don Rubén suprime la tenencia porque el próximo año habrá en Coahuila elección de gobernador, y es necesario halagar a la gente para que vote por el PRI. El propósito electorero de esa oportuna -oportunista- dádiva es entonces tan obvio y evidente que se antoja elemental. Sólo que la irritación contra el régimen que la gente llama "moreirato", y el rechazo al continuismo representado por Miguel Riquelme, el precandidato del gobernador, son tan grandes que es muy posible que la supresión de la tenencia no cause el efecto deseado. Pero no hay peor lucha que la que no se hace. Los nuevoleoneses deberían inventarse rápidamente una elección. Quizá de esa manera también a ellos les quitarían el impuesto. Mientras tanto Coahuila les da la bienvenida para sacar sus placas sin pagar tenencia... FIN.