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OPINIÓN DE LUIS R. AVELEYRA

TRUMP PRESIDENTE

Los  presidentes  han de poseer voluntad de poder o no tendrán éxito. Han de buscar poder, construirlo con cada fragmento de autoridad formal y de influencia personal a su alcance. Han de atesorar poder para tenerlo disponible en el futuro…

George McGregor Burns

 

El próximo viernes 20 del mes y año que corren,  Donald Trump será ungido como cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos de América, en una ceremonia cuyo costo será de 90 millones de dólares, según los publicistas de las cadenas noticiosas norteamericanas.

Queda en el olvido y la noche de los tiempos, la discusión sobre el mejor modelo en el ejercicio de la Presidencia de los Estados Unidos que en mucho se debió a la concepción de sus llamados “Padres Fundadores”.

Por un lado el modelo jeffersoniano basado en el planteamiento de un Ejecutivo con poder real, el concurso de las fuerzas políticas, la responsabilidad del partido, así como la regla de la mayoría en la discusión y tratamiento de los asuntos en forma conjunta. Por otro, el modelo propuesto especialmente Madison basado en los contrapesos y las balanzas, en las negociaciones entre partidos y minorías congresionales, un limitado poder presidencial supervisado por el Congreso. Aun cuando formalmente dicho modelo predominó y teóricamente es el que legalmente funciona, a partir de la segunda parte del siglo XX, concretamente con Harry S. Truman, surgió un tercer modelo fundamentado en el pragmatismo, a veces alejado de la ideología original, dependiente y asumido conforme a la inteligencia, visión, la contingencia y el contexto de cada ocupante de la Casa Blanca.

A lo largo de la historia estadounidense los Presidentes han tenido que luchar contra el Congreso y, esta institución, regatea, negocia, intercambia sus votos a las reformas y programas de los mandatarios.

En la práctica, el Presidente de los Estados Unidos es un hombre con mucho poder. Históricamente el primer mandatario que logró acumularlo en forma considerable fue Hamilton, cuya energía, recursos inventivos, ejercicio real de autoridad moral, logró imponerse al Congreso.

Con el paso de los años, algunos de sus sucesores en el cargo, también lo ejercieron y  supieron  acrecentar la capacidad de poder real del Ejecutivo. Theodore Rooselvelt, su sobrino Franklin Delano Rooselvelt, Dwight Eisenhower, John F. Kennedy, Richard M Nixon en su primer periodo, así como George Busch padre, por citar algunos ejemplos.

Al interior de la política norteamericana uno de los factores que contribuyeron a ello, destaca el sentido de responsabilidad histórica, entendida como la capacidad para garantizar la preeminencia de la nación sobre las demás potencias, ensanchar la capacidad de influencia y actuar como el policía del mundo. El paradigma de tal concepto fue el Presidente James Monroe, cuya doctrina prevalece hasta nuestros días.

El logro de ello, implica ejercicio de poder, por eso, para lograrlo le es permitido todo, absolutamente todo, desde las actividades encubiertas hasta las más grandes infamias y los actos diplomáticos.

Donald Trump lo sabe. Comenzó a usar su influencia como presidente electo y antes de su toma de su juramento como Presidente, supo presionar lo bastante para mover a firmas tan grandes como Ford y Chrysler para abandonar México y reabrir plantas en los Estados Unidos.

Será un presidente con mucho poder, que se habla de tú con cualquier inversionista, que tiene como pocos mayoría en los estados americanos, que -si cumple con sus promesas de campaña- logrará acumular más poder porque su mayor público está en la clase media hoy desempleada, mal pagada, desprotegida, marginada, engañada, lesionada por los gobiernos anteriores y, desde luego, cuenta con los sectores más recalcitrantemente reaccionarios que abundan en los Estados Unidos.

Ejercerá una presidencia en la que no va a negociar, sólo a mandar; no será benévolo sino belicoso, atraerá la publicidad, enviará bravuconadas como en un ring de lucha grecorromana, buscará obtenerlo todo sin ofrecer nada, su política exterior la fundamentará en el “gran garrote”, no permitirá a los adversarios una línea de retirada digna, ni concederá tregua alguna. Un difícil oponente para nuestro país que, además, marcó sus ojos para ser México como siempre, el  objeto de su humillación pública, la bacinica de los escupitajos estadounidenses.

En contrario,  Enrique Peña Nieto, cuya Administración que no gobierno, se distingue por ser el ejemplo clásico de la amiba movida más por impulsos que por el ajedrez político internacional, carente de una política exterior, ausente de visión, ha tomado la cuestión del muro de la ignominia como una ofensa a la nación y sí, lo es, pero hay aspectos más importantes. Ejemplos de ello, será una revisión de la política migratoria, el estado de la administración de justicia que tanto enojo y desencanto causó en Trump, por mencionar sólo dos casos del rosario de problemas bilaterales.

Bien valdría la pena que Luis Videgaray Caso, quien es una de las pocas personas a quien escucha, le haga entender la contingencia que vive la nación, irritada, cansada, insegura e indignada; que le haga ver la necesidad de reinventar el país, regenerar el tejido social y en vez de estar pensando en  la sucesión presidencial, lo que se necesita es que los señores Secretarios de Estado hagan una reflexión sobre el país que entregarán el próximo año y, si hubiere un poco de decencia y pudor, analizar el legado histórico de Enrique Peña Nieto para con el pueblo de México.

El neoliberalismo fue impuesto, desplazó y acabó con el proyecto nacionalista. Se engañó al pueblo con la reforma energética y hoy llega a la Casa Blanca un presidente que quiere concluir con la oba maestra de ese cambio en el derrotero del país, el Tratado de Libre Comercio.

Trump tal vez, tanto o más que Andrew Jackson o James K. Polk en su tiempo, siente y muestra un gran desprecio por México y por nuestros compatriotas. Santa Anna entregó y vendió Texas luchando personalmente, cuerpo a cuerpo en 1836. Once años adelante, en 1847, con un país dividido en lo político, carcomido por el separatismo, inconsistente, desanimado, invadido hasta la Ciudad de México, entregó la mitad del entonces territorio nacional, con un desgarrado ejército vencido en lo moral y espiritual. En 1913 - 14 nuevamente en un momento de convulsión nacional Estados Unidos invadió el Puerto de Veracruz aprovechándose de las circunstancias, donde los mártires entregaron su sangre y vida como reza el Himno patrio.

Hoy y aquí se mendiga simpatía cuando no la habrá, se intenta convencer a una piedra que no escucha, se entregó lo poco que quedaba de la dignidad y soberanía nacionales a un precio ínfimo e infame: nada. Ese será el legado histórico del señor Enrique Peña Nieto.

 
 
 
 
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