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La muerte del diario 'La Jornada'
Por eso, es lamentable que —luego de años— directivos de La Jornada reconozcan de manera pública y tardía la crisis terminal del diario; crisis que era un secreto a voces.
Sin embargo —y contra lo que dicen directivos y trabajadores—, la muerte de La Jornada no solo es producto de la actual crisis económica. No, La Jornada empezó a morir hace 20 años, a partir de la segunda mitad de 1996, cuando el director fundador dejó el diario en manos de una camarilla de ambiciosos sin límite que apostaron al poder y jugaron al periodismo militante.
La muerte de La Jornada es el fracaso del proyecto político que, a través del periodismo, pretendió impulsar la instauración en México de una dictadura como la cubana o la venezolana, a través de su invento político llamado Andrés Manuel López Obrador. Hoy, que La Jornada muere, nada importa el futuro del diario a López Obrador, quien tiene su vocería en la exitosa página llamada Sendero del Peje, ente otros medios.
¿Qué pasó en La Jornada?
Según accionistas, fue víctima de un sistemático saqueo de un sector directivo que se repartió franquicias, préstamos y jubilaciones adelantadas.
El tamaño del saqueo fue tal que —según un directivo— el rescate de La Jornada es casi imposible. ¿Por qué? Porque no hay nada que rescatar. “Ya se acabaron todo; el edificio está hipotecado, la imprenta no vale nada, las deudas son impagables y no queda nada que vender”.
Y frente a esa crisis, desde febrero de 2015 la dirección propuso a los trabajadores reducir 30 por ciento el salario. De lo contrario sería inevitable el cierre a causa de la quiebra que, por años, trataron de ocultar directivos y trabajadores. Aquí denunciamos la quiebra, el 15 de abril de 2015. Y luego de la denuncia un periodista trató de ridiculizarnos al preguntar en su informativo mañanero: “¡Sí salió hoy La Jornada! ¿Y la quiebra?
Como saben, La Jornada nació como un proyecto político-periodístico que intentó ser instrumento social de izquierda —apoyado en una impensable pluralidad— para acompañar la alternancia en el poder, la caída del PRI y, sobre todo, la llegada al poder de la izquierda.
Pero, luego de la exitosa gestión de Carlos Payán —en los primeros 14 años— empezó la debacle. Para entonces era evidente que La Jornada había inventado desde sus páginas “el liderazgo social” de AMLO, al que en la segunda mitad de 1996 entregó su línea editorial, para su personal proyecto presidencial, en los años 2000, 2006 y 2012.
Con la nueva dirección, el periodismo de avanzada que practicaba La Jornada dejó su lugar a la militancia y la causa política; la pluralidad de ideas sucumbió ante el dogma como norma —de un estalinismo trasnochado—, y desde la segunda mitad de 1996 no había lugar para el disenso. ¡Ay del que criticara a AMLO y/o a la cúpula del diario, porque era echado del paraíso! Por pensar distinto salieron decenas de colaboradores y trabajadores.
Muy pronto La Jornada se confirmó como vocero de AMLO y se radicalizó al apoyar dictaduras bananeras, como las de Chávez y Maduro en Venezuela, posturas criminales como ETA y justificar a sátrapas como el criminal Kadafi.La Jornada se alejó de la democracia, de los jóvenes, al tiempo que olvidó la modernidad tecnológica. Por eso huyeron los anunciantes y cayó la venta.
El pasado lunes, en un editorial de primera plana, La Jornada reconoció justo lo que aquí dijimos en 2015; que la quiebra es inminente y que los directivos que desde 1996 están al frente del diario carecen de pudor y vergüenza. ¿Por qué?
Porque responsabilizan de la quiebra a “una crisis generalizada del periodismo impreso, una difícil e incierta situación económica nacional y una distorsión en las finanzas de la propia Demos, que ha llevado a destinar más del 90 por ciento de sus ingresos al pago de salarios y prestaciones”.
En efecto, un sindicato depredador como el Sitrajor tiene buena parte de culpa en la quiebra de La Jornada; sin embargo, la responsabilidad mayor es de los directivos que saquearon el diario en los últimos 20 años, a pesar de que por décadas recibieron patrocinio de las empresas de Carlos Slim, y que —por lo menos en dos momentos— fueron rescatados económicamente por gobiernos federales del PRI. Pegaban con la izquierda y cobraban con la derecha.
La muerte de La Jornada es el fracaso del periodismo militante. Aun así, en democracia es tragedia la muerte de un medio.
Al tiempo