Es decir, que el Presidente —en tanto militante partidista— anunció el regreso del “carro completo” para el PRI, en lo que para muchos son los peores tiempos del viejo partido.
Sin embargo, el “triunfalismo” presidencial provocó, entre la clase política toda, uno de los ya comunes ataques de esquizofrenia colectiva. Se enojaron los líderes de todos los partidos opositores, así como precandidatos presidenciales de todos lo signos.
No faltaron los delirantes que, incluso, vieron en el discurso del Presidente un supuesto anuncio “del fraude electoral que viene”. Por eso —frente al enojo colectivo—, obligan las preguntas.
¿Por qué, cuando el jefe real del partido en el poder anuncia “carro completo” en una elección, muchas voces linchan una supuesta expresión triunfalista?
¿Por qué, en sentido contrario, cuando los opositores proclaman victorias electorales “seguras” —como son los casos de Morena y el PAN—, los mismos enojados cambian su postura y no censuran el “triunfalismo”, sino que lo aplauden?
¿Por qué dos posiciones, diametralmente opuestas, frente a hechos idénticos: el triunfalismo obligado de un partido político?
Lo cierto es que la esquizofrenia predominante entre los opositores les hace olvidar que en México y el mundo los partidos, de todos los signos, nacieron para ganar elecciones; su obligación es la victoria electoral.
Más aún, en el mundo no existe un solo partido, líder partidista o gobernante que diga —en la plaza pública o en privado— que va a perder; que en su futuro y en el de su partido está la derrota de tal o cual proyecto, o tal o cual elección.
El problema es que la esquizofrenia política que picó a buena parte de la clase política mexicana, también parece haber causado amnesia entre líderes y dirigentes de los partidos opositores, quienes olvidan que su principal objetivo es estimular el ánimo de victoria ente electores, simpatizantes y seguidores.
Y el mejor ejemplo de ese ánimo triunfalista es el de AMLO, quien todos los días, durante meses y años, recorre el país llamando a “las cargadas” ciegas, sordas y miopes a favor de Morena, a partir del triunfalismo de que López Obrador será presidente. Y qué decir de Margarita Zavala, quien dice —con mucha razón—, que es la única que le puede ganar a AMLO.
Pero lo más curioso es que el supuesto triunfalismo de Peña Nieto pudiera ser falso.
Sí, porque ese triunfalismo pudiera convertirse en realismo. Y es que según no pocas variables electorales, el Presidente pudiera estar muy cercano a la realidad. ¿Por qué?
Porque según todos los indicios disponibles, el PRI tiene muchas posibilidades de llevarse la victoria en el Estado de México, en Coahuila y en las elecciones municipales de Veracruz, mientras que el PAN mantiene ligera ventaja en Nayarit. Y si se mantienen esas tendencias, Morena y el PRD pudieran resultar los grandes perdedores.
En el Estado de México, por ejemplo —y donde ya empezó la guerra sucia entre el gobierno de Eruviel Ávila y, en sentido contrario, contra Josefina Vázquez Mota—, el PRI tiene al mejor candidato. Y es que, le guste o no a los malquerientes de Peña Nieto y de Eruviel Ávila, el aspirante del PRI, Alfredo del Mazo es, por mucho, el candidato mejor posicionado.
De igual manera —y también, contra los malquerientes de Peña—, lo cierto es que la popularidad del Presidente en el Estado de México es la más alta de todo el país, o si se quiere, la menos mala.
Pero hay otros elementos a considerar. Como no ha ocurrido en la historia de ningún Presidente, Peña Nieto ha visitado el Estado de México en casi 200 ocasiones, en giras de trabajo, inauguración de obras y puesta en marcha de distintos programas de todo tipo.
Es decir, que una mayoría de mexiquenses ven con buenos ojos a Peña Nieto, además de que el gobierno de Eruviel Ávila es uno de los mejor calificados, también a pesar de la siembra y cultivo de odio en su contra.
Y, en el caso de la elección de Coahuila, el PRI mantiene una importante ventaja sobre los opositores, a pesar de la imagen negativa de los cuestionables gobiernos de los hermanos Moreira.
Por eso la pregunta: ¿y qué tal si el triunfalismo se convierte en realismo? Al tiempo.