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OPINIÓN DE SAMUEL PALMA CÉSAR

 

Muchos acontecimientos se han sucedido desde ese 23 de marzo de 1994. Pasaron ya 23 años de esa fecha y del hecho brutal del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Al mismo tiempo pareciera próximo el suceso; en efecto el tiempo es difícil de medir en cuanto a las sensaciones que genera.

Lo cierto es que el pensamiento y discurso de Donaldo resulta más actual que cuando lo pronunció. En ese momento, a la hora de emitirlo, el contenido podría haber parecido un atrevimiento, tal vez un exceso. Pero el tiempo, que es el juez más justo y fidedigno, le ha dado la razón.

El hambre y la sed de justicia del México que se asomaba al fin del siglo XX, ha acrecentado su necesidad de justicia social y de justicia jurídica después de casi dos décadas y media de esa proclama.

Los oídos sordos a tal señalamiento, las políticas públicas insuficientes, la falta de profundidad en los compromisos, o asumir que la exigencia planteada se exageraba y que existían mayores márgenes de maniobra, la ausencia de un diagnóstico sobre las causas que originaban el problema, hicieron que éste se recrudeciera.

Colosio pensaba que para responder a ese reclamo de justicia era necesario reformar el poder; recuperar su fundamento ético, impulsar el poder del ciudadano, construir nuevos equilibrios en la vida de la República, fortalecer la democracia, reformar los poderes, detonar la fuerza de las regiones, construir nuevas realidades para las mujeres y los jóvenes, reconocer la cultura del esfuerzo y la prédica del ejemplo.

Una agenda que el propio Colosio pretendía encabezar pero que las balas de la traición, como diría Diana Laura, lo impidieron. Pero su dicho y ejemplo perduran como testigo de una conciencia que nos urge, que nos llama a todos para apremiar el paso y retomar el camino para reformar el poder y, desde ahí, construir un mejor México. Sí, la urgencia de un tiempo que nos exige actuar frente a las responsabilidades que tenemos con el espacio de decisiones y actuación que tenemos como generación, como nos lo recordara el propio Luis Donaldo cuando mencionaba que el mundo no nos fue heredado por nuestros padres; sino que nos ha sido prestado por nuestros hijos.

Ya pasaron 23 años y lo que hemos hecho no ha sido lo suficiente. Las palabras de Colosio fuertes y vigorosas en su tiempo, se convierten en dardos que hieren nuestra conciencia, pues México no ha mejorado su justicia para el pueblo, incluso se ha tornado más injusto; no hemos cumplido en el desempeño que nos toca hacer. Pero la fallas son para recomponer y para rectificar, es tiempo de hacerlo; es tiempo de que el poder sea sometido para cumplir con su destino democrático, y deje de ser el instrumento de disminución que subordina, en vez de ser sujeto al mandato soberano que dicta el interés de la sociedad.

En el fondo del problema es el poder que indómito nos gobierna y no aceptar ser gobernado, el poder que se enseñorea y nos vuelve servidumbre; en vez del poder que acotado, regulado y normado por la cultura cívica, sea el gran instrumento de nuestra transformación.

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