La inoperancia de los gobiernos municipales permitió que a lo largo de décadas se poblaran las zonas más peligrosas e la entidad, aquellas situadas en el borde de ríos y barrancas.
Poco a poco las casas improvisadas dieron paso a otras de materiales más duraderos, pero aún así incapaces de resistir la furia de la Naturaleza.
Esa permisibilidad ha provocado que ahora, cada año, las autoridades deban prestar atención a las personas que viven en esas zonas de alto riesgo, y a olvidar todo una vez que concluye la temporada de lluvias.
Medidas preventivas y mucha suerte han permitido mantener casi sin víctimas el conteo, pero el problema persiste porque quienes habitan en casas en peligro prefieren arriesgar la vida que dejar de aferrarse a su vivienda.
https://www.launion.com.mx/opinion/editorial/noticias/107187-otra-vez.html