Periodismo mexicano: ¡ya paren de sufrir!
Sí, algo anda mal en el periodismo mexicano. ¿Por qué?
Porque si hoy los periodistas marchan y exigen la protección de las instituciones del Estado —ante la violencia—, si los periodistas creen que son la casta divina y los debe cuidar el Presidente, entonces asistimos al fin del periodismo.
Y es que los periodistas habrán llegado a la conclusión de que su trabajo en prensa, radio y televisión —y en redes— no sirve para nada. ¿Por qué?
Porque al recurrir a la protesta callejera, los periodistas renuncian al papel fundamental del oficio: denunciar el abuso de todas las formas de poder. En cambio, exigen trato especial, antes que exigir desde sus respectivos medios, la justicia para todos.
Algo anda mal cuando los periodistas creen merecer cuidadores especiales del Estado, cuando creen excepcional su trabajo, cuando suponen que otros oficios y otros ciudadanos —cualquiera que sea el caso— son de menor importancia. ¿Será el periodista un ciudadano digno de los mejores privilegios sociales?
Algo está mal cuando los periodistas imaginan que la violencia generalizada es más grave si la víctima es un periodista. Ignoran que el mayor impacto de la violencia ocurre cuando la víctima es el ciudadano anónimo que no importa a nadie y cuando no merece una línea ágata, una mención en radio, un segundo en tele o un tuit en redes.
Cuando la víctima del crimen es un periodista deben parar prensas, cambiar titulares; se exige duelo nacional. Y cuando la víctima es un ciudadano de a pie, a nadie importa.
Y es que los periodistas se movilizan y exigen, no que las instituciones le den seguridad a todos; piden protección especial para un gremio.
Pero el maniqueísmo y la egolatría atrofiaron a muchos periodistas. Olvidan que su labor no es proteger a su gremio y menos buscar patentes de impunidad. Tampoco tratos especiales para “mantener vigente” la manoseada “libertad de expresión”.
Más que marchas a favor de privilegios, los periodistas deben usar sus espacios para escribir, denunciar en radio y televisión, trabajar reportajes y editorializar —y todo meterlo a redes—, contra los abusos del poder y a favor de la seguridad y la justicia… para todos, no solo de su gremio.
Pero el maniqueísmo es otro escándalo cuando se habla del espionaje, otra calamidad que persigue periodistas.
Aquí la contradicción es patética. Frente a la violencia criminal, los periodistas exigen protección del Estado, al tiempo que se quejan y acusan al Estado de perseguirlos y espiarlos. Piden protección contra la violencia criminal y acusan de criminal al Estado por combatir al crimen. ¡Patético!
Cualquier ciudadano concluirá que los periodistas mexicanos solo buscan privilegios; que poco o nada les importa ejercer el periodismo para tener mejores instituciones, mejor gobierno, mejores partidos, mejor Congreso.
Y resulta peor cuando los “egos robustos” del periodismo y los “alcohólicos de la fama” se creen poseedores de los secretos para tirar o construir al “México bueno”. Cuando creen que ese “privilegio” los convierte en blanco del espionaje del Estado.
¿De verdad los periodistas mexicanos creen tener tales poderes y tales secretos? ¿Creen que el Estado los espía por sus “tesoros informativos”? Si eso creen, algo está mal en el periodismo mexicano.
Nadie duda de la existencia del espionaje, sea de instituciones del Estado, sea entre empresas mediáticas, entre políticos y partidos, entre bandas criminales.
Pero no existe una sola prueba de que los quejosos de la reciente temporada del espionaje sean espiados por el Estado. Peor aún, no pudo ser más ridícula la explicación del reportero que, frente a Carlos Loret, dijo creer que cree que la creencia es el credo de que el gobierno cree espiar. Joya del peor periodismo del mundo. ¿Por qué?
Porque el periodismo no es un acto de fe. Un periodista de investigación no puede decir “yo creo que”. El periodismo prueba o no hay historia y punto.
Además, nadie puede negar que el mayor ataque a las libertades periodísticas básicas no viene del supuesto o real espionaje del Estado. No, en realidad viene de las propias empresas mediáticas, muchas de las cuales imponen líneas editoriales que coquetean en la frontera de la censura; una censura más perniciosa que el supuesto o real espionaje.
Sería un exceso de vanidad y egolatría —adicciones del periodismo mexicano— suponer que el problema central de los periodistas es el espionaje.
El problema, la tara, es el periodismo militante; que se dice de izquierda y defiende a la derecha y sus dictaduras; que habla de pobres y saquea y engaña a los pobres, que exige libertades como la de expresión, y en sus filas censura e impone el pensamiento único.
¿Algo les dicen Proceso, La Jornada, Reforma…?
Al tiempo.