La declaración de la hija de la mujer fue determinante en el fallo de la juez; en ella no aplicaron los usos y costumbres que alegó la defensaEl fallo fue contundente: Isabel Sánchez fue vinculada a proceso por el delito de trata de personas en la modalidad de explotación laboral contra seis menores de edad, quienes vendían dulces en calles de la delegación Cuauhtémoc.
Después de una maratónica audiencia —duró poco más de 16 horas— que se realizó en la sala de oralidad número 1, la Juez de Control Nelly Cortés emitió el veredicto tras escuchar los testimonios de siete adolescentes que fueron presentados por la defensa de la mujer, y que terminaron por hundirla.
La defensa de Isabel intentó, por todos los medios, demostrar la inocencia de la mujer de 29 años; argumentó usos y costumbres y buenos tratos a los menores. Ninguno funcionó.
La juzgadora encontró los elementos suficientes para determinar que se debe investigar a fondo el delito que se le atribuye a la única detenida por la red de explotación infantil.
Isabel pasó de ser partícipe a autora material. Fue ella quien organizó las visitas a distintos estados para reclutar a los menores, enseñó a su esposo, Mario El Patrón, el negocio de la venta en carretillas y, junto con su cónyuge, administraba la casa y las ganancias del negocio de la botana.
Todo lo anterior lo reveló su propia hija, Wendy, de 12 años, quien también compareció en el juzgado, igual que los policías de investigación de la PGJ y los menores explotados.
A diferencia de los demás, la pequeña denotó seguridad, fue firme en sus declaraciones; en ningún momento titubeó al comentar lo que ocurría en la casa de Juventino Rosas marcada con el número exterior 16-A y cómo terminaron varios adolescentes trabajando para su papá y su mamá.
Sus dichos fueron pieza clave para que la juez, quien también reconoció el temple de la menor, decidiera procesar a Isabel.
Uno de los elementos más importantes fue que la hija de Isabel -a pesar de los usos y costumbres argumentados en reiteradas ocasiones por la defensa- sí asiste a la escuela y es de tiempo completo (de las 08:00 a las 16:00). Wendy no debe trabajar a temprana edad como alguna vez lo hizo su madre y como lo hacían los adolescentes que vivían en su casa.
Fue por eso que la juez desechó el argumento principal de la defensa: que en sus pueblos de origen no es mal visto que trabajen desde temprana edad, no hay autoridad que se los impida e incluso en la escuela no les enseñan lo que es la explotación infantil, puesto que todos trabajan desde pequeños en el campo, bajo condiciones extenuantes.
“Y su hija, ¿por qué no trabaja? Ya está en edad ¿no es cierto?” cuestionó Nelly Cortés, al explicar que en una comunidad con este tipo de usos y costumbres (el trabajo infantil), todos los integrantes asumen el rol histórico; sin embargo, Wendy es ajena a lo que ocurre en la casa de Juventino Rosas. Ella va al escuela, disfruta de su niñez, duerme en una cama y no en colchonetas en el piso, como los niños que estaban bajo el mismo techo.
ALECCIONADOS. Llegó el momento de comparecer y los seis menores rescatados el 16 de junio por la Procuraduría General Justicia capitalina rindieron su testimonio ante la impartidora de justicia.
Uno a uno intentaron defender a Isabel, sin embargo, hubo contradicciones entre sus dichos y lo vertido en un primer momento ante el Ministerio Público, lo que fue evidenciado por la representación social.
Arturo Toscano Mejía, abogado de la mujer oriunda de Hidalgo, fue el primero en llevar a cabo los cuestionamientos a los menores de edad; esto debido a que él solicitó su presencia en el juicio como testigos y con su “verdad” intentaría comprobar la inocencia de Isabel.
Todo fue en vano. El bien estructurado cuestionario que realizó a los menores parecía que había sido entregado a éstos con antelación para obtener respuestas concretas.
El olfato de Nelly Cortés fue acertado; la juzgadora señaló que el abogado defensor había hecho preguntas sugestivas, es decir, que los menores sólo debían contestar si o no, sin abundar en el tema.
Ello le permitió darse cuenta que el abogado intentó ocultar información de lo que en realidad pasaba en la casa de la Ex Hipódromo de Peralvillo.
Lo dicho por los seis adolescentes coincidía; la historia era prácticamente la misma y lo único que cambiaba era el protagonista.
Según las víctimas de Isabel, la mujer era quien recibía el dinero de las ventas de los dulces que ellos ofertaban en calles de la colonia Juárez y Roma.
Para los menores Isabel era más que su jefa. Todos señalaron que sentían cierto afecto por ella, ya que era la encargada de hacerles de comer, lavarles la ropa, así como la que otorgaba los permisos y los prestamos monetarios que pedían cuando necesitaban dinero para comprar algún objeto personal.
Todos rechazaron las declaraciones que hicieron en el Ministerio Público el día que fueron rescatados.
El abogado intentó a toda costa demostrar que los menores habían sido amenazados y amedrentados para acusar a Isabel durante sus declaraciones en el Ministerio Público.
El nerviosismo y la forma de actuar de los menores los delató. Incluso, Irazú Martínez (representante social) evidenció la forma en la que el defensor de Isabel intimidaba a los menores, pues cuando éstos contestaban no dejaban de mirarlo, como si esperaran instrucciones.
COLAPSO. Los testimonios de las víctimas parecían dejar en un punto neutro la decisión de la juzgadora; por un lado defendían a Isabel y aseguraban estar conformes con el trabajo; por el otro era evidente que señalaron lo preciso para limpiar la imagen de la mujer que hasta ahora permanece en el penal femenil de Santa Martha Acatitla.
No obstante, el rumbo de la audiencia cambió cuando fueron llamados al estrado los policías de investigación y Wendy, la hija de Isabel, en momentos diferentes.
Los primeros explicaron la forma en que se llevó a cabo el operativo el 16 de junio en Juventino Rosas; aseveraron que, con base en una orden de investigación, llegaron al 16-A y corroboraron que se cometía el delito. Observaron a por lo menos dos niños acomodando dulces y, dada su experiencia en el tema, detuvieron a la mujer y rescataron a las víctimas.
ESTOCADA FINAL. Cuando Wendy entró a la sala se veía tranquila. Caminó segura hasta llegar al lado del abogado de su madre y le preguntó “¿dónde me pongo?”.
Instantes después se sentó en el estrado y escuchó atentamente las indicaciones de la juez respecto de las consecuencias por no decir la verdad ante una autoridad judicial. La adolescente asintió cada orden.
Respondió con voz firme a las preguntas del abogado de Isabel y también a las del Ministerio Público. Algunos cuestionamientos incluso le fueron repetidos y contestaba aún con más solidez.
Y en su afán por demostrar veracidad en sus dichos terminó por decir que su abuelo heredó la tradición del comercio. Le enseñó el oficio a su madre y ésta hizo lo propio con Mario El Patrón, a quien llama papá a pesar no ser el biológico, y ambos decidieron utilizar como fuerza laboral a menores de edad.
“Mi mamá iba a los pueblos junto con mi papá. Iban a traer a quienes quisieran trabajar aquí. Ella dice que en los pueblos, las personas son más honestas. Mi abuelo era comerciante, él le enseñó a mi mamá y mi mamá a mi papá (Mario)”, comentó ante la juez.
“LO VOLVERÍA A HACER”. Isabel también subió al estrado. No mostró arrepentimiento y utilizó la misma justificación para defenderse. “Yo comencé a trabajar en mi pueblo desde los 10 años; mis hermanos desde los 8. Busqué a gente en los pueblos porque son más honestos que los de la ciudad”, comentó.
Y a pregunta expresa de su abogado, Isabel comentó que en caso de quedar en libertad lo volvería a hacer, volvería a traer a menores de edad para vender dulces en calles de la Ciudad de México, aunque le hayan advertido que comete un delito.