El hartazgo
Rosibel, la linda secretaria de don Algón, se despojó en la oficina de su jefe de la vaporosa blusa que llevaba. En seguida dejó caer la breve faldita que vestía. Iba ya a desabrochar el sugestivo sostén de encaje negro que lucía cuando en eso -¡vaya inoportunidad!- sonó el teléfono. La que llamaba era la esposa del ejecutivo. Le dijo don Algón: "Perdona que en este momento no te pueda atender, querida. El personal me está pidiendo aumento de sueldo"... Don Chinguetas le contó a un amigo: "Anoche tuve una pesadilla horrible. Soñé que un luchador de sumo se estaba follando a una rubia". "¿Y eso fue todo? -se extrañó el amigo-. ¿Dónde está la pesadilla?" Replicó, sombrío, don Chinguetas: "Yo era la rubia"... No es que quiera yo agarrarme (decir "asirme" es poco) de aquella sentencia según la cual el mal de muchos es consuelo de pendejos (decir "tontos" es poco). Pienso, sin embargo, que el mal humor social no es algo que solamente se ve en México. El mismo talante se observa en otros países: Brasil, España y Alemania, por mencionar sólo algunos. Estoy seguro de que si voy a Timbuctú encontraré ahí el mismo fenómeno. En todas partes la gente está harta ya de los malos políticos, de sus ineptitudes y sus corruptelas, de su alejamiento de quienes los llevaron al poder. Ese hartazgo es explicable, y tiene sobrada justificación. La gente quiere sacudirse a esa especie de gobernantes que son como restos fósiles de pasadas épocas, cuando el poder podía ejercitarse en forma absoluta, por encima de la ley y de la voluntad del pueblo. L'état c'est moi; el Estado soy yo y chínguense, si me perdonan mi francés. Advierto en ese mal humor, empero, un riesgo grande. Los antiguos griegos prevenían acerca del peligro que representaban Escila y Caribdis, los monstruos que acechaban a los barcos en el estrecho de Sicilia. Los tales monstruos eran en verdad arrecifes entre los cuales debían pasar las naves con riesgo de dar en cualquiera de ellos y zozobrar. Si te salvabas de uno podías perecer en el otro. En el caso de los países existe la posibilidad de que se libren de una mala caterva de políticos sólo para dar el poder a otra caterva peor. Lejos de mí la temeraria idea de proponer que en México nos resignemos al statu quo. Eso sería suprema estupidez, a más de inexcusable cobardía. Lo que digo es que si vamos a cambiar debemos buscar hacerlo para bien, y no para empeorar. La desesperación es siempre mala consejera. No nos libremos de Escila sólo para entregarnos a Caribdis. Ambos son peligrosos por igual... Hermético, críptico, enigmático ha sido hoy tu mensaje, columnista, más oscuro que los del oráculo de Delfos. Le cuadra bien la apostilla que pones a algunos de tus inanes cuentos: no le entendí. ¿Quién es Escila, y quién Caribdis? Averígüelo Vargas. Deberías tener para tus cuatro lectores la mínima cortesía que demandaba Ortega a quien escribe o habla: la claridad. A ver: ¿por qué no dices quién es Ortega y quién es Vargas? Callas, como María Meneghini. Narra entonces un chascarrillo que ponga punto final, siquiera sea por hoy, a tus pampiroladas... Dijo un sujeto: "Mi esposa tiene extrañas costumbres sexuales. Le gusta atarme a la cama y luego irse con otro"... Un señor llegó a la casa de mala nota. La dueña del establecimiento se quedó asombrada al verlo, y se sorprendieron igualmente las suripantas que en la manfla prestaban sus servicios. Y es que el señor iba vestido de jefe scout, con el atuendo propio de los discípulos de Baden-Powell: camisa y pantaloncillo corto de kaki; sombrero de fieltro café; botas de excursionista; medias hasta la rodilla, pañoleta en el cuello y alto bastón de caminar. Antes de que las boquiabiertas damas pudieran articular palabra dijo el recién llegado: "¡Vieran ustedes lo que tengo que inventar para que mi esposa me deje salir de la casa y poder venir aquí!"... FIN.