Plaza de almas
Cuando me dice "mamá" siento que el cuerpo se me llena de ternura. El cuerpo, fíjese usted bien; todo el cuerpo, no sólo el corazón. Siento ternura hasta en los pies, aunque eso pueda parecerle raro. Una vez oí recitar unos versos que decían que la palabra más bella que una mujer puede escuchar es ésa: "mamá". No "madre", fíjese usted bien; "mamá". ¿A poco ha oído usted a un niño que le diga "madre" a su mamá? Yo tengo la dicha de oír esa palabra todos los días y a todas horas. "Mamá, dame esto". "Mamá, tráeme aquello". "Ven, mamá". "Mira, mamá". Es como estar oyendo una música preciosa. No estoy yo como para sentir lástima de nadie, pero me dan pena las mujeres que nunca han escuchado esa música. En la casa somos nada más mi niño y yo. Los demás ya murieron. No tuve marido. Soy, como dicen, madre soltera. No deberían decir así ¿sabe? Es como cuando antes decían "hijo natural". Hijo es hijo y madre es madre, si me perdona la simpleza. Yo, aunque me esté mal el decirlo, siento que soy una madre como las demás. Estoy segura de que si mi niño pudiera me compraría hoy un regalo como los que le compraba yo a mi mamá el 10 de mayo con dinero que mi papá me daba: un florerito; unos vasos de vidrio; un rosario, un chal. Bueno quizás un chal no, porque ya no se usan para ir a la iglesia. Pero me haría algún regalo. El otro día lloré ¿sabe? Fuimos al parque. Lo llevo todas las mañanas a que le dé el sol; no me gusta que esté encerrado todo el día en el departamento. Lo llevé al parque, le digo, y vio una flor en el jardín. Con esos pasitos suyos vacilantes, que parece que se va a caer, fue, cortó la flor y me la dio. ¿Pasa usted a creer? Ahora que le cuento eso siento ganas de llorar otra vez. Qué cursi ¿verdad? Hoy no me dará nada, claro. ¿Cómo va a saber que es el Día de la Madre? Pero me dirá "mamá", y ese será el mejor regalo, aunque me lo diga todos los días. Fíjese, hoy desperté muy temprano. Él estaba todavía dormidito, y aunque era ya la hora de darle el alimento no lo quise despertar. El sueño también es alimento, decía mi mamá. Me puse entonces a recordar cómo era antes el Día de la Madre en el pueblo donde vivíamos. A las meras 12 del mediodía, sonaban las campanas de las iglesias, tronaba un cohetón y se oía el pito de la fábrica. Era la señal para que todos guardáramos un minuto de silencio en recuerdo de las madrecitas muertas. La gente que iba por las calles se detenía; los señores se quitaban el sombrero y las mujeres se ponían el chal. Hasta los coches se paraban. Aquello era un silencio que no sabe. ¿Usted cree que eso se podría hacer ahora? Los que tenían mamá, chicos y grandes, llevaban en el pecho un clavel rojo, y un clavel blanco los que su mamacita se les había muerto ya. Por eso mire: a mi niño le puse hoy ese clavel rojo en la camisita. Cuando se lo puse no entendió por qué, claro, pero me miró como si se acordara de algo -¿qué puede él recordar?- y me sonrió. Luego me dijo "mamá", y me sentí feliz. ¿Que cuántos años tiene mi niño? Ya cumplió los 90, señorita. Es mi papá, y el doctor dice que padece un mal que se llama demencia senil. Le vino de cuando murió mamá. Ahora cree que yo soy su mamá. Y yo, se lo confieso, a veces creo que es mi hijo. No piense usted que es fácil. Se enoja cuando le cambio el pañal; no le gusta que lo bañe. Hace rabietas, como los niños. Yo no me desespero. Es mi niño, mi niño de 90 años, y yo soy su mamá. De 70, ¿usted cree? Soy feliz cuidándolo. Después de todo él me cuidó cuando era mi papá. Gracias por su entrevista, señorita. Me imagino que fueron los vecinos los que le dijeron de mí y de mi niño. Hoy me trajeron flores y me cantaron las Mañanitas. Se me salieron las lágrimas. Qué cursi ¿verdad?... FIN.