LOS ABUELOS: ORIGEN Y DESTINO
Yo, Domitilo, hijo de Efrén y de su esposa Lilia, abuso este día de quien esto lee, porque escribo para mí, aun cuando sé que otra es la finalidad de este espacio. De manera egoísta, hoy no habrá “intentos de análisis” del mundo en que vivimos, que es la razón de ser de esta columna. Hoy escribo de mí y para mí, para ver si como bien dijo Alfonso Reyes: logro ganar las virtudes de los muertos que aún amo (y que esta vez son cuatro).
Por Efrén, a quien yo llamo padre, tuve dos abuelos morelenses: Domitilo Evangelista Aguilar, originario de Jiutepec, y Leobarda Lozano Estudillo, de Tlaquiltenango. Del primero heredé el nombre y muchas historias de su persona contadas por quienes lo conocieron, pues murió el 24 de mayo de 1974, exactamente 26 meses y 15 días antes de que yo naciera como segundo vástago del menor de sus 14 hijos. De Leobarda aún cuando la traté poco, tengo muchos recuerdos, aunque el más fuerte, es donde me veo tirando arena para nivelar el piso de su casa el día de su muerte: un 17 de junio de 1982, cuando a mis 5 años, la muerte todavía no era ausencia.
Por Lilia, a quien yo llamo madre, tuve dos abuelos guerrerenses: Gregorio Díaz y su esposa Teresa del Moral García, ambos originarios de Amolonga, municipio de Tixtla de Guerrero. Con ambos conviví demasiado, incluso viví con ellos algunos meses en mi infancia, circunstancia a la cual atribuyo mi amor por la comida guerrerense, con el pozole en destacado lugar. Fueron padres de 10 hijos y abuelos de más de 30 nietos, de los cuales soy el tercero de mayor edad. Teresa murió la tarde noche del 5 de marzo de 2011, mientras que Gregorio Díaz, a punto de cumplir 94 años, apenas la noche de ayer 9 de mayo del 2016.
Por eso yo, Domitilo, segundo hijo de los tres de Efrén y de su esposa Lilia, escribo estas líneas para mí, no con un tono fúnebre ni de tristeza, aún cuando este día en que muchos festejarán el Día de la Madre, yo veré a la mía despedirse del abuelo. Hoy escribo para agradecer a los padres de mis padres que han partido al viaje eterno, a donde algún día los alcanzaré para seguir conociendo el mundo a través de ellos y para que me sigan explicando de manera sencilla, lo complicado que todo se ha vuelto.
Esas historias tan aleccionadoras de los abuelos, en mi caso, no terminan con su partida, pues como refiere Mika Waltari a través de su entrañable personaje, Sinuhé El Egipcio, “El hombre no cambia aun cuando cambien sus hábitos y las palabras de su lengua”. Las historias de los abuelos a partir de hoy son parte de mí, son origen pero también son destino.
Hasta siempre abuelos, muchas gracias, me les sigo encargando.