Boca cerrada
"¡Desvístete, mi vida!" -le pidió con vehemencia el recién casado a su flamante mujercita. "Espera -respondió ella-. Habrá tiempo para eso". "¡Por favor, mi cielo! -volvió a suplicar el ardiente galán-. ¡Desvístete ya!" Dijo la muchacha: "Espera un poco". "¡Te lo ruego, mi amor! -repitió su instancia el novio-. ¡Desvístete! ¡Ya somos marido y mujer!" "Es cierto -admitió ella-. Pero todavía estamos en el atrio de la iglesia"... Don Cornulio llegó a su casa antes de la hora acostumbrada y encontró a su esposa en trance de fornicación con el vecino. "¡Canalla infame! -le gritó el marido al follador-. ¡Bribón, bellaco, ruin!" Antes de que el comblezo pudiera contestar, la mujer hizo uso de la palabra y le dijo a su marido en tono de reproche: "Cómo eres injusto, Cornulio. El vecino te presta sus herramientas, su podadora, su bicicleta... ¿Y tú no puedes prestarle nada?"... La linda piel roja le informó a su novio: "¡Una buena noticia, Uncas! ¡Estuve con el ginecólogo, y parece que ya no vas a ser el último de los mohicanos!"... En ocasiones las disculpas salen peores que las culpas. El rey estaba asomado a su balcón. Pasó un cortesano y le dio una sugestiva nalgadita en el único lugar posible de la anatomía donde una nalgadita se puede dar. El monarca se volvió, indignado por tamaña falta de cortesanía, y el hombre, lleno de turbación, se disculpó. "Perdone, Su Majestad -balbuceó aturrullado-. Es que creí que era la reina". Una estadística confiable muestra que 9 de cada 10 veces que Vicente Fox abre la boca debió haberla mantenido cerrada. Muy mal se vio el ex Presidente cuando se disculpó con Donald Trump después de haber dicho lo que dijo de él. Algún motivo poderoso debe haber sido el que obligó al parlero don Vicente a cantar la palinodia. No quiero pensar que la causa de esa retractación haya sido un tirón de orejas de algún patrocinador americano, pero sí creo que Fox debió pensar las cosas dos veces antes de abatanar a Trump como lo hizo, y tres antes de recoger sus invectivas y pedir perdón por ellas. A ese propósito vino a mi memoria el letrero que vi en una pequeña tienda de artículos para caballero en mi ciudad, Saltillo. Decía el tal letrero: "No se admiten devoluciones. No sea usted rajón"... Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a Dulciflor, muchacha ingenua, que le hiciera dación -a título gratuito, claro- de su más íntimo tesoro, aquel que ella guardaba con esmero para entregarlo en el tálamo nupcial al hombre al que daría el dulcísimo título de esposo. Ella respondió: "Se equivoca usted. No soy una mujer pública". Replicó Afrodisio: "Eso se puede solucionar. Lo haremos en privado"... Babalucas pidió en el bar una cerveza. El cantinero se la sirvió, y el pavitonto la derramó en el suelo. Luego pidió otra y se la bebió. "Perdone, amigo -inquirió el de la taberna-. ¿Por qué derramó usted la primera cerveza que le serví? ¿Se trata acaso de una libación, o alguna otra especie de rito religioso?" "No -explicó Babalucas-. Lo que pasa es que la primera cerveza siempre me cae pesada"... El cliente le preguntó al mesero: "¿Qué me recomienda?" Contestó: "Que no se ponga corbata verde con saco azul"... Liriola, mujer casada, vestía provocativamente. Sus escotes eran tan pronunciados, tan breves las faldas que vestía, que por arriba se le veía hasta abajo y por abajo se le veía hasta arriba. Les comentó, orgullosa, a sus amigas: "Todos los hombres que conozco me dicen que soy muy sexy". Preguntó una con intención: "Y tu marido ¿qué dice?" Respondió Liriola: "Bueno, él usa otra palabra"... Un tipo le dijo a su amigo: "¿Supiste lo que le pasó al mecánico de la esquina? La policía lo detuvo por narcotraficante". "¡No lo puedo creer! -exclamó el otro-. Tengo 10 años de ser su cliente ¡y hasta ahora me entero de que era mecánico!"... FIN.
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