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SERPIENTES Y ESCALERAS

 
El difícil explicar o entender una tragedia como la que vivimos ayer.

El sismo mostró nuestra fragilidad ante los embates de la naturaleza, pero también nuestra fuerza cuando nos unimos como pueblo.

Varias horas después de lo ocurrido aún era difícil dimensionar en toda su magnitud las afectaciones en Morelos, Puebla y la Ciudad de México; las imágenes llegaban de todos lados y el conteo de víctimas fatales a las once de la noche era de 147 y subiendo. En la Ciudad de México hubo una noticia particularmente dolorosa: una escuela colapsó y al menos 20 niños murieron; 30 estaban desaparecidos.

Muchas historias tristes vimos y seguiremos viendo los próximos días. Daños materiales y sobre todo, pérdidas irreparables de amigos, familiares o conocidos. Nada será igual después de este 19 de septiembre.

Los simulacros sirven para concientizarnos ante una contingencia, pero es imposible reaccionar ante algo tan fuerte. No hay manera de estar totalmente preparado ante algo así.

El sismo de 7.1 grados de ayer ocurrió justo 32 años después de aquel terrible terremoto de 8.1 grados que en 1985 sacudió a la capital del país y cobró la vida de miles de personas; ese ha sido, hasta ahora, el movimiento telúrico más mortífero en la historia de nuestro México.

Muchas cosas vimos ayer después del sismo: la reacción de las autoridades en los tres niveles de gobierno fue correcta, pero nunca tan oportuna como la fuerza y la solidaridad de miles de ciudadanos que de inmediato se incorporaron a las tareas de ayuda y rescate de quienes resultaron afectados. Por la noche todos trabajaban hombro con hombro y miles de personas ayudaban aportando víveres para atender a los damnificados.

Mucho hay que recomponer en nuestro querido México y nuestro amado Morelos luego de lo que vivimos ayer. Cosas materiales, actitudes personales y en muchos tristes casos, aprender a vivir sin un ser querido.

Lo que sigue hoy es trabajar unidos, ayudar a los más afectados y entender que ante una tragedia como esta no existen barreras políticas, ideológicas ni personales. Si queremos (y podemos) salir adelante, lo tenemos que hacer juntos.

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