Temblores y sus efectos
Con esa mística, México se reorganiza donde hay ruinas, y busca consolidarse donde no las hay. Se aprende de la tragedia, como antes lo hicimos en 1985, previo a ello en 1957, y así sucesivamente. De cada evento traumático, cismático y que nos confronta, hemos tomado enseñanzas y hemos consolidado la cultura social que suma participación y genera solidaridad para hacer frente a la tragedia. Esa es parte de nuestra mística y de la cultura que hemos forjado, pues convivimos con el desastre y nos aprestamos a la recuperación. Las heridas son huellas que convertimos en aprendizajes.
Hoy las respuestas son más consistentes, mejor organizadas por parte de la sociedad, y el gobierno sabe que tiene que hacer su parte. Hay insuficiencias, pero son notables los avances; sin duda que éstos son producto de la conciencia social generada por las respuestas de nuestras comunidades y organizaciones de todo tipo, que conmueven y dan ejemplo por su entereza, compromiso y disposición.
Los eventos de los fenómenos naturales de septiembre de 2017 nos enseñan que aún faltan reglamentos y cultura de organización para una mejor coordinación entre órdenes o instancias de gobierno, y de conjunción con el impresionante esfuerzo de la sociedad civil; los ensayos que se efectúan para simular la acción de desalojo en centros de trabajo y espacios habitacionales, también deberían corresponderse con simulacros para ensayar la atención y reconstrucción en esos casos; se hace lo primero, pero tenemos carencias sobre lo segundo. Tan importante es prevenir el desastre, como reaccionar de manera óptima cuando éste ocurre.
Un aspecto que trajo consigo este septiembre pasado fue también el debate sobre nuestro sistema de partidos y el sistema político. Se menciona con insistencia el asunto del financiamiento o gasto de los partidos. En efecto ese es un gran tema, pues el gasto excesivo de nuestras campañas y el control laxo sobre el mismo ha llevado a dos problemas importantes: a una estructura oculta o paralela de financiamiento para las campañas y, por otra parte, a la asunción de compromisos inconfesables con los aportadores de tal financiamiento.
De esa forma, antes de la conformación de gobiernos, éstos se encuentran comprometidos con aquellos que les acercaran recursos, en el mejor de los casos empresarios y, en el peor, con miembros de la delincuencia organizada. El propósito que perseguía el financiamiento preferentemente público a los partidos y a sus campañas políticas, evidentemente no se ha cumplido; por otra parte el estilo de las propias campañas se ha transformado merced a la revolución tecnológica que vivimos; ahora el asunto de las redes sociales y de la comunicación electrónica forma parte de una vertiente fundamental que antes figuraba poco.
En ese sentido es posible y es deseable reducir de forma significativa los gastos de las campañas; pero para que esto ocurra de forma efectiva, será necesario mejorar los mecanismos de control y fiscalización sobre dichos gastos, al tiempo de elevar las sanciones a aplicar cuando ocurran excesos.
Para un país con las necesidades del nuestro, el alto gasto de campañas resulta ofensivo, y también acaba siendo un elemento de distorsión, pues de ahí se deriva el clientelismo, el caciquismo, en buena medida la corrupción, y toda una estructura de intermediación social de corte autoritario. Así, una de las lecciones de los fenómenos naturales de septiembre de 2017 es profundamente política, pues plantea la necesidad de revisar el régimen de financiamiento a los partidos, así como nuestro propio sistema electoral. Existe tiempo para un gran acuerdo sobre el gasto de las campañas y sobre los mecanismos para revisar su observancia.
@vsamuelpalma