Era otra cosa la muerte
La vida ha cambiado drásticamente en las últimas décadas, pero también la muerte es hoy muy diferente.
La expectativa de vida de quienes hoy nacen en México nada tiene que ver con la de sus padres y abuelos.
El dato más reciente es de 77.8 años para las mujeres y de 72.6 para los hombres.
Hace 87 años, en el año de 1930, la esperanza de vida era de 33.9 años.
No quiere decir lo anterior que la gente viviera sólo hasta los 34 años. Lo que ocurre es que un porcentaje alto de la población moría antes de esa edad, básicamente por enfermedades infecciosas que no eran atendidas.
Quienes lograban sortearlas y llegaban a los 30 años podrían vivir unos 30 años más o un poco más.
Quienes llegaban a más de 70 años eran pocos.
Y teníamos una organización de la sociedad pensada para esa curva demográfica.
La gente se casaba pronto, en muchos casos antes de los 20 años. Las mujeres llegaban a los 30 años con 4 o 5 hijos.
Eran raras las familias en las que no moría al menos uno de los hijos, sobre todo en la niñez.
Uno de los grandes éxitos del país el siglo pasado fue la reducción de las muertes derivadas de enfermedades infecciosas o prevenibles.
En 1970, la expectativa de vida había llegado ya a los 60 años, como producto de la menor cantidad de muertes a edad temprana. Y al mismo tiempo, los ancianos llegaban a una edad mayor.
Las cosas cambiaron aún más en las siguientes décadas y las causas de muerte también lo hicieron. Nos empezamos a morir principalmente de males cardiacos, cáncer y otras enfermedades crónico-degenerativas.
A diferencia del pasado, en el que las enfermedades acababan rápido con la vida, tras unas ‘calenturas’ o una crisis repentina, al paso del tiempo, la muerte llegó de a poquito, robando pedazos de la vida en abonos.
Esto generó mayores costos a las familias. Incluso entre quienes tenían seguridad social, el desgaste del deterioro largo, conducía a mayor desgaste en la familia y en general en toda la sociedad.
Hoy la gente vive más. Pero el cambio en el patrón de enfermedad conduce en muchas ocasiones a que la sobrevida respecto al pasado sea más dura.
Hoy somos más obesos; tenemos más enfermedades cardiacas; la diabetes nos deteriora por años; y gradualmente, hay menos familia que nos respalde en esa etapa.
Lo peor del caso es que no estamos aprendiendo. Nuestro estilo de vida se ha hecho más sedentario y nuestra alimentación más calórica.
Combinamos los tacos de siempre con las hamburguesas, y dejamos de trabajar con nuestras manos. Nos quedamos sentados por horas y vemos nuestra cintura crecer año con año.
Y todo esto tiene una traducción económica. Los costos de la atención médica en la última década de la vida, a veces son más altos que los de todos los años previos.
Se han hecho esfuerzos para cambiar este patrón, pero hasta ahora han sido insuficientes.
No habrá finanzas públicas ni personales que aguanten esta presión.
Hay que cambiar la vida para cambiar la muerte y hacer que la creciente esperanza de vida signifique vivir con más calidad nuestra última etapa.
Era otra cosa la vida, dicen los mayores. Hay que evitar que también tengamos que decir: era otra cosa la muerte.
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