Destape en el PRI: el quién y el cómo
Para Ciro Gómez Leyva, con un abrazo afectuoso.
Hay que reconocerle al presidente Enrique Peña Nieto haber tenido la capacidad de sobreponerse a la impopularidad de su partido y a la suya propia para tener al país absorto en torno de la próxima revelación del nombre del candidato del PRI a Los Pinos.
Sabedor de que la decisión es solamente suya, Peña Nieto ha sabido generar incertidumbre, y esto ha redundado en beneficio de su partido, pues ha dejado de hablarse de la inevitabilidad de la alternancia en 2018.
Buena parte de la atención de la opinión pública ha estado centrada, hasta ahora, en leer los signos del entorno presidencial para tratar de adivinar el nombre de quien será ungido y el momento en que éste se dé a conocer.
Sin embargo, en el análisis de los escenarios, poca consideración ha merecido la quisquillosa legislación electoral.
No cabe duda que el quién y el cuándo del destape son importantes para lo que puede venir después —una durísima contienda con los candidatos de la oposición—, pero también lo es el cómo.
Me explico: para nominar al candidato del PRI se pueden seguir distintos caminos. No sería igual destapar a un solo aspirante a fines de este año que hacerlo a principios del siguiente. Y tampoco lo sería poner a competir públicamente a dos o más precandidatos en pos de la postulación.
Quizá usted se esté preguntando en este punto cuál sería la ventaja para el PRI de llevar a cabo una contienda interna. Se lo responderé unas líneas abajo.
Yo veo al menos tres escenarios que deben ser considerados por el Presidente ante la fundamental decisión de elegir al abanderado del tricolor.
1) Podría destapar a un único aspirante antes del 14 de diciembre, fecha de inicio de las precampañas. Éste sería registrado como precandidato y podría recorrer el país para tener contacto con la militancia del PRI, pero no tendría derecho de promoverse en spots de radio y televisión dentro de los tiempos oficiales a los que tienen derecho los partidos.
Y es que, de acuerdo con una sentencia de 2009 de la Suprema Corte —a una acción de inconstitucionalidad presentada en Baja California—, los spots sólo pueden ser usados por los precandidatos si hay competencia interna, es decir, si hay más de un aspirante inscrito para la precampaña del partido respectivo.
De otra manera, los spots que toquen al partido para la precampaña —en el caso del PRI son 2.8 millones— sólo podrían ser usados de manera genérica, sin aludir a aspirantes.
El ungido no podría entonces aparecer ni ser mencionado en spots durante los dos meses de precampaña y tendría que esperar hasta el inicio del periodo de campaña, el 30 de marzo, para hacerlo.
2) El Presidente pospone su decisión hasta el final de la precampaña, que termina el 11 de febrero, o, de plano, hasta inicio de la campaña, el 30 de marzo, y entonces da a conocer su decisión y el PRI la hace suya.
Esto tiene desventajas, por supuesto. Primero, como ya dije, que el PRI sólo podrá usar los spots de precampaña de forma genérica al carecer de al menos dos precandidatos.
Pero también podría ser conveniente: a) por mantener la incertidumbre a la que aludo arriba y b) por permitir que los presidenciables sigan bajo el reflector de los medios en su condición de funcionarios públicos, haciendo una campaña virtual, sin correr el riesgo de violar la normatividad electoral.
3) Dejar que algún tipo de contienda interna tenga lugar en el PRI, en el que los dos o más precandidatos puedan aparecer en los spots de precampaña.
Ese último escenario tiene riesgos: a) la contienda, si es real, podría dividir al PRI, que hasta ahora se ha mantenido relativamente unido en torno del tema de la sucesión, y b) si es una pantomima, podría dañar aún más la credibilidad del partido y, con ello, lesionar a quien resulte ganador de la contienda.
Como se ve, en el marco de la liturgia del PRI —que antes de los tiempos de la alternancia no estaba sujeta a reglas externas—, el Presidente no sólo tiene en sus manos una baraja de nombres sino de escenarios.
Por ello, tendrá que tener cuidado de no equivocarse de candidato, pero tampoco de la forma y el momento de hacer valer su papel dentro de la liturgia.