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ESTRICTAMENTE PERSONAL

 

2018: Las máximas de Peña

  

Peña (Archivo)

El morbo de la sucesión presidencial corre, indiscutiblemente, por debajo de la piel mexicana, que lleva a que se escudriñen los gestos y las acciones del presidente Enrique Peña Nieto, para adivinar hacia dónde se inclinará el destape. No va a ser posible. Peña Nieto engaña, incluso, deliberadamente. Lo hizo en el Estado de México en la sucesión de gobernador, cuando un mes antes del destape de Eruviel Ávila, le confió a un grupo de comunicadores que la decisión estaba entre Alfredo del Mazo y Luis Videgaray. Lo está haciendo ahora. Lanza guiños a los periodistas, y juega con sus ansias, con un control pleno sobre el proceso de sucesión en sus manos, que se ajusta a sus deseos y el calendario.

 

¿Hacia dónde se inclinará? Un político con amplia experiencia que tiene contacto con él cree que ya tomó la decisión. “Se nota despresurizado, tranquilo y contento”, dijo. Nadie sabe cuál es, pero de lo que, quienes lo conocen, no tienen duda, es de su pragmatismo. Peña Nieto ha dicho a sus interlocutores políticos desde hace tiempo, que él decide electoralmente por aquella persona con la que cree va a ganar. Él no se fija quién va arriba en las encuestas, sino quién es el que menos negativos tiene. No quiere lastres que arrastrar sino activos que potenciar.



Otra máxima que tiene es que nunca juega con el segundo lugar. “El segundo nunca gana”, suele decir. “Yo fui gobernador porque no era el segundo”. Ciertamente, cuando se dio la sucesión en el Estado de México en 2005, no era la persona a quien se identificaba dentro del equipo del gobernador Arturo Montiel como la de mayor confianza y con mayores posibilidades para alcanzar la candidatura. Su designación fue por encima del operador político de Montiel, Isidro Pastor, líder del PRI estatal, y del entonces procurador, Alfonso Navarrete Prida.



Si se aplican las categorías de análisis convencionales a sus máximas, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, estaría fuera de la contienda por la candidatura, y el resto de los aspirantes estarían jugando por ser abanderados del tricolor. Bajo esa misma racional, el secretario de Educación, Aurelio Nuño, estaría fuera de la competencia por los negativos que le acarreó la reforma educativa, de la misma forma por la que el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray –quien se ha descartado reiteradamente de la lucha por la candidatura–, quedaría excluido por los negativos que tiene. Dentro de los parámetros de esa lógica, se encuentran los secretarios de Hacienda, José Antonio Meade, de Salud, José Narro, y de Turismo, Enrique de la Madrid.



En cualquier caso, salvo el de Osorio Chong, quien es el precandidato priista más conocido de todos –duplica a quien le sigue–, su nombre se inscribe en otra de las frases famosas de Peña Nieto: no importa que tenga el conocimiento de uno por ciento de la población; en una campaña presidencial, ese porcentaje se eleva sin problema. Efectivamente, en el momento de una unción, los porcentajes se elevan con el envión de la designación, que van subiendo conforme avanza la campaña y tiene exposición nacional. Por eso es relevante lo que dice Peña Nieto de que su apuesta es por quien tiene menos negativos, ya que al ir siendo conocido por más personas, los negativos comienzan a subir. Entre más malas opiniones se tengan en el arranque de la campaña, poco espacio tendrá para crecer.



Las variables para Peña Nieto pueden ser muchas, si se analizan dentro de este paquete de categorías. Lo que no se conoce con precisión son sus referentes y parámetros. ¿Son los temas de corrupción un determinante para elegir sucesor? ¿Existe la necesidad para consolidar las reformas económicas? ¿Acaso es la seguridad el problema central? Uno podría responder cuáles candidatos se enmarcan en una de las variables o cuáles son excluidos, pero quien importa lo que piensa y cómo lo encuadra es el único elector real del PRI, Peña Nieto, y sólo él hará las evaluaciones finales.



A través de sus propias palabras, podría definirse el perfil como el que más sume y quien menos negativos tenga. Es inútil colocar a los aspirantes en sus respectivos casilleros, según el pensamiento convencional, porque la percepción de Peña Nieto, ha quedado demostrado de manera reiterativa a lo largo del sexenio, no se ajusta casi nunca a lo que piensan los mexicanos. Su visión de país es diferente a cómo la ven millones de mexicanos, si se analizan sus declaraciones públicas, y se podría alegar que hay momentos donde pareciera que la nación está mal y él está bien, como cuando se molesta por la crítica reiterada –que considera injusta–, y de la incomprensión del porqué no se valoran sus esfuerzos en la lucha contra la corrupción y la seguridad.



Los resultados en el Estado de México, sin importar los detalles de cómo fue el voto por el PRI –perdió por 56 mil votos ante Morena–, lo revigorizaron y le permitieron recuperar espacios dentro de su partido, donde pudo mover a su antojo la 22 Asamblea Nacional y modificar los estatutos que quiso. Con todo ese poder está manejando su sucesión. Habrá que esperar ahora si en sus próximos discursos da una señal clara y sin contradicciones sobre qué tipo de país enfrentará la próxima administración para ver, si en análisis póstumo, su dicho fue consistente con su designado, o si demuestra una vez más, que engañó a todos con la verdad.



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