¿Y por qué fracasó?
“Por las traiciones de Alejandra Barrales y de Ricardo Anaya…”.
Explicado en castellano, lo anterior significa que —como todo mundo lo entendió—, la señora Barrales traicionó a Miguel Mancera y el señor Anaya traicionó a todos en el PAN y el PRD.
¿Y cuál fue la traición…?
La explicación es de párvulos. Resulta que Barrales llegó a la jefatura del PRD gracias a Miguel Mancera, quien la llevó a esa posición para empujar una coalición que abriera la puerta a una competencia real de presidenciables y para Ciudad de México entre distintos partidos, como PAN, PRD y MC.
Pero hete aquí que Barrales perdió la cabeza, quiso madrugar a Mancera y pactó con Ricardo Anaya un reparto cupular de candidaturas. Al final ocurrió lo que tenía ocurrir: el rompimiento y que la señora Barrales se quedó “como el perro de las dos tortas”. Sin partido y sin candidatura de la capital.
Por eso, Miguel Mancera seguirá adelante con su proyecto de buscar la candidatura presidencial por el PRD. Claro, a menos que sea traicionado por Los Chuchos.
Pero el descalabro del frente ciudadano fue apenas el primer descalabro políticoelectoral en las escaramuzas de la temporada, en una semana corta que parece interminable. ¿Y por qué es el primero?
Porque el segundo “patinón” lo protagonizó Luis Videgaray, el canciller mexicano, quien en un arrebato de soberbia —al estilo de Alejandra Barrales y de Ricardo Anaya—, trató de imponerle al Presidente la decisión de nombrar como candidato del PRI a José Antonio Meade, su “hermano del alma”.
Como saben, Videgaray deslizó a los embajadores de México en todo el mundo que “el bueno”, “el mejor” y “el ideal” del PRI para 2018 era el titular de Hacienda. Todo en medio de una descomunal guerra sucia —y fuego amigo— contra Miguel Osorio, el secretario de Gobernación que, al mismo tiempo, lidiaba con rabiosos senadores que pretendían lapidarlo.
En la práctica, Videgaray cometió el mayor error político de su carrera. Es decir, no entendió que un Presidente puede tolerar muchas cosas de un subordinado, menos que el subordinado “lo pendejee en público”. Y eso es lo que hizo Videgaray al pretender imponer a Meade como “el bueno” del PRI.
Y es que al interpretar y publicitar —por la a libre— que su amigo Meade era el candidato presidencial del PRI —y decirlo al mundo, porque el servicio exterior mexicano es la representación de México en el mundo—, Videgaray hizo ver al presidente Peña, al PRI y al gobierno todo, como un montón de improvisados, por decir lo menos.
Pero acaso el mayor daño por la estupidez de Videgaray fue que, en los hechos, martilló el clavo definitivo del ataúd de José Antonio Meade. ¿Por qué?
Porque en el supuesto de que el PRI y Peña Nieto decidieran destapar a Meade como candidato presidencial, el titular de Hacienda sería visto como una imposición de Videgaray y no como “el hombre del Presidente”. ¿Quién en el PRI apoyaría a Meade?
En los hechos, el destape fallido de Videgaray hacia su amigo Meade no fue otra cosa que “el beso del Diablo”. La versión moderna del salinista “no se equivoquen”.
Y, en efecto, como dice la voz popular, “Meade se chingó”.
Y si lo dudan, basta leer la respuesta del presidente Peña Nieto —luego que en Los Pinos ordenaron un deslinde de Videgaray— al fallido destape de su canciller.
Dijo Peña Nieto: “Yo creo que andan bien despistados todos, yo creo que el PRI no habrá de elegir a su candidato, seguro estoy, a partir de elogios o aplausos. Yo creo que son muchos los servidores públicos, cuadros que han sido mencionados, que tienen trayectoria, que tiene reconocimiento, que tienen méritos”.
¿Qué entiende, de lo anterior, hasta un improvisado de la política?
El mensaje parece claro: José Antonio Meade está descartado de la carrera presidencial. Y el descarte pudo ser resultado del “beso del Diablo” de Videgaray.
Pero como en política nada se detiene, “lo pasado pasado” y ahora obliga recalcular los nuevos escenarios.
No habrá frente ciudadano y Meade no será candidato del PRI. ¿Eso qué significa? Que Miguel Osorio, el puntero en las encuestas —de los candidatos del PRI— regresa a la batalla. Claro, a menos que en Los Pinos decidan por la clásica de las peleas entre dos; por la tercería.
Y en ese caso, el escenario para Aurelio Nuño parece inmejorable.
Al tiempo.