En un paso más hacia la restauración del viejo régimen priista, Enrique Peña Nieto comenzó el sexto año de su gobierno con el juego sucesorio del destape, que en tiempos del partido hegemónico ponía de manifiesto el poder del mandatario para designar a su seguro sucesor. Los comicios de 2018 son distintos. El candidato del PRI ya no va a la segura, pero Peña Nieto pospone el anuncio de quién es “el bueno” y fomenta las especulaciones como si estuviera nombrando al próximo presidente
Ciudad de México. – A principios de septiembre, en torno a las fechas de su quinto informe de gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto inició el juego sucesorio: desplegó una campaña publicitaria por la continuidad, descalificó al principal opositor a su partido y perfiló su intromisión tanto en la vida interna del PRI como en el proceso electoral que definirá en 2018 al próximo presidente de México.
Desde 2012, cuando regresó a la residencia oficial de Los Pinos, el PRI reeditó sus formas, sus gestos y modulaciones; retomó antiguas expresiones, su retórica de entrelíneas; renovó las concentraciones y actos públicos que con la llamada alternancia estaban en desuso, para llegar al cierre del quinto año de gobierno a la espera del momento cumbre de toda sucesión priista: el destape.
Acto de primera importancia del antiguo régimen, derecho que por uso y costumbre se arroga el presidente, el destape es uno de los rituales partidarios que se dejaron de practicar desde el 28 de noviembre de 1993, cuando de conformidad con el canon –pronunciamiento de la CTM y contingentes de salutación para el llamado “besamanos”–, llegó “la línea” a favor de Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Éste fue asesinado en marzo, lo que provocó en el sistema una crisis que desembocó en la postulación de Ernesto Zedillo.
A 24 años de aquellos hechos, Peña Nieto anticipó:
“Los priistas tenemos nuestra propia cultura, nuestra propia liturgia. Hay quienes nos estigmatizan porque no somos diferentes, porque no hacemos primarias, ejercicios que otros partidos políticos eventualmente hacen, o que otros partidos políticos de otros países hacen. Está bien que las hagan, se vale… como se vale ser católico, como se vale ser protestante.
“El PRI tiene su propia liturgia, sus tiempos, sus ritmos y es algo que además el priismo lo asimila y entiende muy bien. Tú pregúntales a los priistas si les gusta cómo se definen (las candidaturas)”, dijo Peña Nieto el 12 de octubre, en un encuentro convocado por el Grupo Financiero Interacciones y el diario El Financiero Bloomberg.
En una comparación con el cónclave de cardenales que elige al nuevo Papa, Peña Nieto dijo que a la Iglesia católica le ha funcionado ese método durante 2 mil años: “Creo que no han cambiado mucho las cosas”. Mientras que para designar al candidato presidencial en el PRI “luego nos sincronizamos el partido y el presidente, eso pasa. Luego no sé quién le lee la mente a quién, si el partido al presidente o el presidente al partido, pero coincidimos”.
–¿El presidente no va a decidir quién va a ser el candidato del PRI a la Presidencia? –insistió Adela Micha, moderadora del encuentro.
–El presidente tiene siempre, por supuesto, una opinión importante en el priismo y el priismo lo sabe. Los priistas tenemos nuestra propia cultura, nuestra propia liturgia –dijo Peña Nieto.
El ritual sucesorio ha provocado rupturas a través de la historia: desde su etapa fundacional, en la época de las rebeliones de generales revolucionarios, hasta ahora con reclamos como los de la ex gobernadora de Yucatán Ivonne Ortega Pacheco, pasando por la escisión de 1987 que dio paso a la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas y la posterior fundación del PRD.
El viejo partido hegemónico no soltó el poder hasta el año 2000, paradójicamente cuando –así fuera de manera simulada– abrió su proceso de elección a finales de 1999.
Este último año, la convocatoria priista contempló una consulta abierta a los ciudadanos para elegir candidato presidencial. Se inscribieron Francisco Labastida Ochoa, Roberto Madrazo Pintado, Manuel Bartlett Díaz y Humberto Roque Villanueva. El primero, el más cercano al entonces presidente Zedillo, consiguió la postulación pero fue derrotado en la elección del 2 de julio de 2000.
Ya sin presidente de la República que diera “línea”, Roberto Madrazo buscó una vez más la postulación, después de ser dirigente del PRI. Se enfrentó a una alianza de gobernadores que abanderó al mexiquense Arturo Montiel. Éste último debió retirarse de la contienda en medio de un escándalo de corrupción que dejó el camino libre a Madrazo, quien se apropió de la candidatura pero no alcanzó más que el tercer lugar en las polémicas elecciones de 2006.
Para 2012, el proceso interno dejó sin posibilidades al aspirante Manlio Fabio Beltrones, dejando el camino libre a Peña Nieto.
No obstante, Peña Nieto afirma que el PRI supo pasar de partido hegemónico a la competencia electoral: “Lo que no cambia es su esencia, su liturgia, su estilo, su forma”, dijo en el mencionado foro del 12 de octubre. E insistió: “Dejen que el PRI defina su proceso al amparo de su propia liturgia; siempre ha funcionado así”.
El destape anticipado
La primera semana de agosto, pese a la resistencia de antiguos cuadros priistas, el PRI eliminó el “candado” que exigía una militancia de al menos 10 años a quien deseara contender por la Presidencia. La dictaminación quedó a cargo de José Ramón Martel, uno de los operadores priistas y ex asesor de José Antonio Meade, quien precisamente carecía de ese requisito.
Al respecto, Peña Nieto precisó el alcance de ese dictamen:
“La Comisión Política Permanente que corresponda podrá aprobar la participación en el proceso de la postulación de candidaturas a cargos de elección popular a ciudadanas y ciudadanos simpatizantes, cuando su prestigio y fama pública señale que se encuentran en un nivel de reconocimiento y aceptación y, en consecuencia, en condición competitiva para ganar.”
Los días 23 y 24 de agosto, Luis Videgaray y José Antonio Meade, que forman una dupla desde que estudiaron en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), hicieron el primer movimiento al develar mutuamente sus retratos, pues fueron predecesores uno del otro en Hacienda y Relaciones Exteriores.
Llegó el 1 de septiembre, “día del presidente”, después los sismos del 7 y el 19. Todo se detuvo, hasta que el 5 de octubre Meade compareció en la Cámara de Diputados para la glosa del quinto informe. El reportero de Proceso Carlos Acosta narró que Meade fue objeto de una recepción apoteósica de los diputados, principalmente los priistas.
Siguió la declaración de Peña Nieto del 12 de octubre, en la que llamaba a seguir la liturgia partidista, y luego el besamanos anticipado de Claudio X. González Laporte, uno de los hombres más importantes de la “cúpula de cúpulas”, es decir, el Consejo Mexicanos de Negocios, creación del entonces presidente Miguel Alemán y espacio histórico del pase de charola, que agrupa a los empresarios que son los más ricos de México gracias a los negocios al amparo del poder.
“Sin duda lo puedo decir con mucha convicción: aquí está uno de los más fuertes (candidatos)”, dijo Claudio X. Luego añadió:
“Pepe Meade nos va a poner la mesa de una manera que va a ser clara de lo que puede ser el gran futuro que tiene nuestro país. Porque Pepe sabe hablar de lo que es México y de lo que es su aspiración hacia el futuro; Pepe es alguien que ve hacia el futuro.”
En la liturgia priista, decía Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la foto”.