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ESTRICTAMENTE PERSONAL

El nuevo grupo de poder

 

 

    

Meade y Videgaray. (Cuartoscuro/Archivo)

El nuevo ajuste de gabinete dado a conocer en Los Pinos va más allá de preparar la campaña presidencial. Es el segundo relevo donde la influencia de la dupla de Luis Videgaray, el todavía muy poderoso secretario de Relaciones Exteriores, y José Antonio Meade, el virtual candidato del PRI a la presidencia, mostró lo que desde el último tramo del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto empezaron a construir el nuevo grupo de poder dentro del partido en el gobierno, tecnócrata, mayoritariamente apartidista y con clara inclinación a despojarse de los históricos lastres tricolores y las manchas de corrupción. Peña Nieto no tuvo que esperar al resultado de la elección presidencial para ver el relevo del mando, y por una muy probable decisión propia está entregando el poder de facto a este nuevo grupo.

 

La primera decisión en esta dirección se dio con el relevo en la Secretaría de Hacienda, donde José Antonio González Anaya, economista muy respetado por Videgaray y Meade, asumió el cargo que dejó su amigo. Las dos siguientes son las de Aurelio Nuño, que entró al corazón del gobierno peñista por la puerta de Videgaray, quien renunció a la Secretaría de Educación para ser el coordinador de la campaña de Meade, como enlace con el estratega en jefe de la contienda presidencial, Peña Nieto, y la candidatura de Mikel Arriola, quien renuncia este jueves como director del Seguro Social, al Gobierno de la Ciudad de México. “Van por todo”, dijo uno de los políticos más experimentados en este país.



Ese grupo se formó en los años del ITAM, y sólo existe analogía con el equipo compacto que formaron en la Facultad de Economía, de la UNAM, los compañeros de salón en un proyecto piloto para estudiantes avanzados, que por sus características socioeconómicas llamaban Los Toficos, por los chiclosos que en sus comerciales remataban con la frase: “¡Uy, qué ricos!”, que encabezaban Carlos Salinas, Manuel Camacho y Emilio Lozoya Thalmann –padre del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya Austin–. Ellos tres se comprometieron a luchar por la presidencia para uno de ellos. No se conoce pacto similar entre Videgaray y Meade, pero el respaldo recíproco en diferentes momentos ha sido de apoyo, protección y comportamiento de equipo, como el del trío de antaño.



La tríada puma llegó al poder y se rodeó de una generación de economistas de primer nivel, que al ser complementado por algunas figuras políticas en el gabinete –Fernando Gutiérrez Barrios en Gobernación, Carlos Hank González en Agricultura, Arsenio Farrell en Trabajo y Fernando Solana en Relaciones Exteriores– se le llegó a considerar, como describió el semanario londinense The Economist, un dream team. El de Peña Nieto ha quedado muy lejos de ser algo parecido, pero fuera del gabinete civil de seguridad y algunas posiciones para mexiquenses, el equipo para gobernar lo decidió Videgaray con el presidente.



Lo que está siendo diferente es que el equipo compacto durante el salinismo rompió desde la presidencia, lo que describió Luis González y González en La Ronda de las Generaciones: “Un grupo obtenía el poder a costa del otro, sabiendo éste que al siguiente gobierno volvería a adquirir fuerza y poder”, y ahora se está haciendo lo mismo un año antes de que termine la administración peñista. Los cambios que se han dado en el gabinete y los que vienen en camino, como el relevo de Gerardo Ruiz Esparza, en Comunicaciones, por el exsubsecretario de Meade, Sergio Alcocer, y el nombramiento de Vanessa Rubio, que acompañó a Meade por tres secretarías en este gobierno y se convirtió en una pieza funcional e incondicional de él, como secretaria de Desarrollo Social, en sustitución del compadre del presidente, Luis Miranda, no son de manufactura químicamente peñista. Incluso en el reciente pasado, cuando Peña Nieto le dijo a Meade que tenía que dejar Desarrollo Social para irse a Hacienda y el secretario le propuso como relevo a Rubio, le respondió que si era tan buena como decía, falta le haría en el nuevo encargo. Las cosas ahora son diferentes.



La implantación de un nuevo grupo de poder no se nota entre la opinión pública, pero dentro del gobierno y del PRI se siente que es un proceso tan acelerado como brutal. “No está gustando”, dijo un secretario de Estado que no pertenece al equipo tecnócrata, “que el candidato sea apartidista y que al hablar sobre Mikel se resalte que también es apartidista. No se siente bien”. Otros priistas comentaron con cierta molestia que el código de vestimenta para el mitin del domingo en el PRI para el registro de Meade como candidato, subrayaba que fuera casual y de saco, contraviniendo la ropa que por años fue como respirar, la chamarra roja.



Despojar de una manera tan acelerada al PRI del PRI se está sintiendo como si el partido fuera lo que el año pasado su exlíder Manlio Fabio Beltrones llamó un “taxi” para candidaturas que recogieron delincuentes. Lo que se percibe es más grave que lo advertido. Toda una estructura puesta al servicio de no apartidistas, para un nuevo grupo que, de mantener el poder, probablemente lo primero que haga es deshacerse de los remanentes tricolores. Todo esto tiene que ver con un punto de alta relevancia: la cohesión en el partido. Si unidos la contienda es cuesta arriba, desunidos, 2006 será una broma comparada con 2018. Las fisuras en el PRI ante el advenimiento de este grupo ya están y podrán convertirse rápidamente en fracturas.



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