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OPINIÓN DE JOSÉ ELÍAS ROMERO APIS

 
 

Un elogio del pecado

Para la mayoría de los credos religiosos, todos los pecados son malos y todas las virtudes son buenas. Pero, para la mayoría de los credos políticos, no todos los pecados son malos, así como no todas las virtudes son buenas. La mayoría de ellos son relativos o circunstanciales y, en mucho, dependerán de la conexidad que tengan con otras virtudes o con otros pecados

Pensemos, por un momento, en las virtudes relativas. No puede negarse que la inteligencia, la valentía y la bondad forman un triángulo virtuoso ejemplar. El hombre que es inteligente, valiente y bueno, posee una alteza prácticamente insuperable. Pero pensemos en quien posee estas virtudes de manera aislada y advertiremos que, en esas circunstancias, pueden constituirse en verdaderos y gravísimos defectos. 

Un hombre inteligente, pero perverso y cobarde, resultaría un genio del mal. Un hombre valiente en tonto y en malo resultaría un absurdo temerario, altanero, bravucón y cruel. Un hombre bueno, pero embrutecido y acobardado, puede llevar a la esterilidad toda su bondad. Por eso son virtudes relativas. Requieren de otras para ser valiosas.

Por el contrario, hay virtudes absolutas que tienen una valencia propia. La lealtad, la honestidad y la humildad valen aunque no se tenga ninguna otra virtud. Cuando el hombre es leal, cuando es honesto y cuando es humilde trae consigo una valía que no está relacionada ni con las causas a las que profesa su lealtad ni con las consecuencias que le reporta su honestidad ni con los sujetos a los que les tributa su humildad. 

Al igual que con las luminosidades del alma, en los terrenos de lo escabroso también pueden y deben distinguirse los pecados relativos y los absolutos.

No creo que haya degradación que pueda representar mayor deformación anímica que la ingratitud. Que pueda reflejar mayor perversión del alma que la envidia. Y que pueda revelar mayor perturbación de la conciencia que el rencor. Quienes los padecen son individuos tan infelices que, en muchas ocasiones, nos mueven más a la lástima que al desprecio.

En lo que concierne a los pecados del poder, creo que no hay gobernante más deplorable que el que vive en la inconsciencia, que el que se instala en la irresponsabilidad y que el que se comporta con cinismo. El gobernante cínico, el mandatario irresponsable y el político inconsciente más nos valdría que no hubieran nacido.

Ahora bien, por eso me parece oportuno mencionar mi creencia en que cada estilo no es bueno o malo en sí mismo, sino en función de las circunstancias en las que se aplica. En la política no hay hombres buenos ni malos. Tan sólo los hay equipados o desprovistos. Todos pueden ser útiles, aun con sus deficiencias, siempre y cuando se les destine a aquello para lo que pueden servir sus virtudes o para lo que pueden beneficiar sus defectos.

Como ejemplo, tenemos a los rateros, que hay que usarlos donde lo que se roben pueda beneficiar a la sociedad, el grupo o al jefe. Donde puedan robarse un mercado para nuestros productos de exportación, una mayoría legislativa para nuestras iniciativas estructurales o una elección para nuestros proyectos generacionales. Pero no se les encargue cuidar un banco, un tesoro o un presupuesto porque se los van a robar y nos van a dañar. La culpa es del compadre, no del indio.   

No podemos decidir, fácilmente, quien es mejor o peor. ¿Es mejor un gobernante echado para adelante o uno echado para atrás? ¿Uno que se engalla o uno que se encoge? ¿Uno que gana la guerra o uno que gana la paz?

Ello me hace reflexionar en que cada aptitud, virtud, mérito o valor tienen su muy particular forma de ser aplicados y aprovechados. Porque, en la política todos pueden servir, aunque no estoy diciendo que todos sirvan. Ella ofrece espacios muy diversos y muy distintos para cada perfil de aptitudes y de preferencias.

Los discretos sirven para confiar. Para que guarden nuestros secretos y atesoren nuestras confidencias. Los indiscretos sirven para difundir. Para ser nuestros voceros gratuitos y para llevar lo que queremos enviar. Los inteligentes sirven para mandar y resolver todo lo que se presente. Los tontos sirven para obedecer y para no darse cuenta de lo que no deben. Los laboriosos sirven para que nunca se detengan y avance lo que deseamos. Los perezosos sirven para que nunca se muevan y se atore lo que tememos. Los leales sirven como joya-de-corona para lucirlos como ejemplo. Los traidores sirven como carne-de-cañón y destruirlos como advertencia.    

En la política todos necesitamos de todos. Es donde el gran ideólogo transgeneracional puede servir tanto como el modesto operador seccional de barrio popular. Éste genera votos y aquel genera ideas. El buen operador nos hace ganar el futuro y el buen ideólogo nos hace ganar el destino.

Ésa es la verdadera ecuación política de las virtudes y de los pecados.

Ámbito: 
Nacional