Hace un par de años, surgió una paradoja muy interesante en las encuestas que miden la percepción que los consumidores tienen sobre ellos mismos y sus hogares, y la que tienen respecto a la economía del país.
Luego, el pesimismo se generalizó. Pero hoy parece estar surgiendo nuevamente la paradoja.
Esta consiste en que vemos mejor nuestro entorno inmediato y las perspectivas de nuestro hogar, pero vemos peor la situación económica del país.
Van algunas cifras.
Si comparamos el indicador que mide las posibilidades de que los integrantes del hogar puedan hacer compras de bienes duraderos, en diciembre hubo un aumento de 1.3 por ciento respecto a noviembre (con cifras desestacionalizadas para quitar efectos como la disponibilidad del aguinaldo).
En contraste, cuando se preguntó respecto a la situación económica del país para los siguientes doce meses, el indicador muestra un descenso de 1.4 por ciento respecto a noviembre.
Si la comparación no fuera con el mes anterior sino con diciembre de 2016, el cambio es más notable. En tanto que hay un incremento de 15.2 por ciento en la posibilidad de comprar bienes duraderos, sólo hay un alza de 0.1 por ciento en la mejoría en la percepción de la situación económica futura del país.
Otras preguntas que hace el Inegi arrojan respuestas que apuntalan esta percepción.
Hay una mejoría de 13.5 por ciento respecto a un año atrás en el índice que mide la posibilidad de que algún miembro del hogar compre, construya o remodele su casa en los siguientes dos años.
Y un alza de 25.7 por ciento en el índice que mide la posibilidad de que se adquiera un auto, nuevo o usado.
¿Por qué se da esta diferencia de percepciones que nos hace ser más optimistas en nuestra circunstancia particular y más pesimistas en cuanto se ve el entorno nacional?
Nuestras perspectivas individuales las construimos observando nuestras condiciones concretas. Por ejemplo, viendo qué pasa en nuestro empleo, en la empresa en la que trabajamos o en nuestro hogar.
La percepción respecto a cómo le puede ir al país, la construimos sobre la base de lo que escuchamos, leemos, vemos. Es decir, en cierta medida estamos sujetos a la información que recibimos de medios, redes sociales, conversaciones con allegados, etc.
Lo que nos dicen los datos del Inegi es que en el ambiente hay pesimismo, que no se corresponde con las perspectivas microeconómicas, las que realmente observamos y verificamos nosotros mismos.
No va a ser fácil que las cosas cambien en el corto plazo porque los indicios señalan que en los primeros meses de 2018 el mercado interno probablemente seguirá perdiendo dinamismo, como ocurrió en los últimos meses del año pasado.
En contraste, es probable que las exportaciones adquieran más fuerza, en virtud de una mayor actividad económica en los países con los que comerciamos, especialmente Estados Unidos.
De modo natural, es posible que el ciclo del mercado interno dé la vuelta, y quizás en la segunda mitad del año, las cosas mejoren.
Se dice que el año electoral genera una mayor actividad económica por la derrama que dejan las campañas, sin embargo, con el apretón monetario y fiscal que se ha dado en México, ya no es seguro que el ‘gasto electoral’ tenga la magnitud como para empujar a la economía completa.
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